En el Día de Muertos que se celebra luego del Día de todos los santos se mezclan por igual el dolor por la pérdida del ser querido, la alegría de la música y los papeles de colores que engalanan altares y lápidas, y la diversión de un pueblo que se burla de la muerte y goza al máximo de la vida.
Aunque la fecha oficial es el 2 de noviembre, la celebración se inicia la noche del primero, donde se les rinde homenaje a los santos y a los niños difuntos; luego, desde la madrugada del 2 de noviembre, empieza el verdadero ritual.
Los deudos inician la construcción de los altares, donde colocan variados artículos, cada uno de ellos con un significado muy especial: la foto de la virgen o del santo de su devoción; sal para los niños del purgatorio; el pan de muerto; la comida y la fruta preferidas por el difunto; papeles de colores que simbolizan la alegría; la vida y la muerte, el agua y la flor de cempaxúchitl, símbolo único de esta fiesta cuyo particular aroma es la guía que llevará a lo espíritus a su destino final.
Las personas velan durante la noche en la tumba esperando que el espíritu baje y se deleite con la ofrenda.
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Esta celebración se originó como un sincretismo entre las celebraciones católicas (especialmente el Día de los Fieles Difuntos y de Todos los Santos) así como las diversas costumbres de los indígenas de México.
¿Dónde se celebra?
Aunque se trata de una festividad que se celebra principalmente en México, también se celebra en otro países de América Latina como Bolivia, Perú, Ecuador y Guatemala.
Pero por lo general en países de América Central y en la región andina en América del Sur, desde el noroeste de Argentina hasta los Estados Unidos, se celebra en menor grado.
Vale recordar que en el 2008 la Unesco declaró la festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de México.
En Bogotá, algunos de los restaurantes mexicanos de la ciudad hacen un gran despliegue de la celebración y realizan cenas especiales, construcción de altares y ofrendas para sus muertos, en la que pueden participar tanto propios como extraños, que quieran hacer parte de esta ancestral tradición, que se inició con los indígenas.