El año político que inicio con la nueva legislatura federal ha dado muestras en los últimos días de lo que vendrá en los siguientes años. Debates ríspidos, polarización política extrema, agendas determinadas por el Ejecutivo y pruebas de fuego para los legisladores y los partidos políticos, que están en un momento en el que, extraviados todos, tratan de redefinir espacios y narrativas bajo el vendaval de eficiencia política que el Presidente López Obrador practica sin dejar lugar para la imaginación o el reacomodo.
El gabinete presidencial, poco presente en general, encuentra en estos días de comparecencias dificultades naturales que ilustran la lejanía de las posiciones de unos y otros; en los temas más complejos de la agenda, los propios partidos políticos en la tribuna no logran conciliar narrativas homogéneas, se notan fracturados y a pesar de que la mayoría no hace un ejercicio para aplastar posiciones contrarias, deja rendijas que se están traduciendo en estridentes debates.
Sin embargo, la política no aparece, no se construyen argumentos ni se evalúan políticas públicas, se critica y se descalifica, se retiran votos y cancelan acuerdos, pero no hay un ejercicio de negociación que permita acercar posiciones, encontrar terreno común, construir acuerdos a partir de posicionamientos diversos donde vayan primero los intereses de la gente, cerrando el paso a la nociva practica de convertir la política en rehén de grupos o facciones.
La máxima de los políticos en un país cargado de posiciones encontradas, debe ser la de construir acuerdos como una tarea fundamental; tiene que existir un camino que genere un tránsito saludable de ideas y posiciones que enriquezcan el quehacer de la política pública en México, porque nadie es dueño de verdades absolutas. Por ello, es frustrante que se abandone la tarea de la negociación y el diálogo.
En estos días, el clima en el Congreso parece la antítesis de la tarea que tienen las fuerzas políticas: la oposición extraviada sin agenda ni argumentos y la mayoría, conforme con hacer el ejercicio político de la suma de votos. Ese camino puede conducir al país a un laberinto sin salida y lastimar lo que es urgente, generar esos espacios de consenso, particularmente en los temas estratégicos de desarrollo y en aquellos donde el ciudadano está involucrado.
No se vale cerrar el paso a construir alternativas, ni continuar el proceso de dar giros sin rumbo. Es la hora en que los políticos hagan política y más política, y eso significa voltear a ver al ciudadano, discutir y escuchar, generar parlamentos abiertos, debatir de cara a los gobernados, y en vez de salir con la crítica fácil y la descalificación, proponer, construir y generar esos espacios que constituyen los pilares en los que los países asientan su estabilidad; el dialogo, la construcción de consensos, en suma, que la política funcione. Ese es el único camino para construir en medio de esta agenda de trasformación que no debería venir solo de un lado, sino enriquecerse de todos.