Aprendí a jugar ajedrez como a los 7 años. En la secundaria jesuita a la que felizmente asistía organicé el primer torneo de ajedrez entre la banda. También en la secundaria participé en las primeras elecciones estudiantiles de mi vida, una especie de democracia indirecta que los jesuitas tuvieron que ponerle diplomáticamente un freno, ya que las pasiones se empezaron a calentar entre el estudiantado. Calculo que he jugado más de 6000 partidas de ajedrez durante mi vida, mismas que he ganado más del 90%, de las veces, aunque yo me considero tan sólo un buen jugador de ajedrez, apenitas por arriba del jugador promedio, nada del otro mundo en realidad. Mis experimentos con la democracia siguieron dándose durante la prepa y la universidad. Y fueron muy divertidos, eso que ni qué.
Aunque poco a poco fui descubriendo que mi futuro no se hallaba en el devenir de la democracia mexicana. Casi nadie respetaba (ni respeta) las reglas del juego. Al final de cuentas supuse, de manera correcta, que mi vida en la política no tenía nada que ofrecerme. Estar bajo la bota y vista autoritaria del político mexicano no me llamaba la atención, sobre todo porque en la democracia mexicana hay que entrarle a todo lo que el jefe-jefe diga que hay que hacer, generalmente con bajos niveles de racionalidad. Y eso frecuentemente ofende el intelecto, por plantearlo suavemente. Además de que en la actualidad generalmente los patrones son dueños hasta de las plumas que usan los políticos para firmar cualquier documento.
En el ajedrez recuerdo las madrizas nucleares que mi amiga Dessie Zagorcheva me metía cada vez que jugábamos. Tan sólo le gané el primer juego y a partir de ahí yo nada más veía cómo me atropellaba sin piedad y a puñaladas cada vez que jugábamos. Recuerdo que en un juego ella me correteó a mi reina por todo el tablero, lo cual es humillante. Yo no sabía que se podía hacer eso. Aprendí mucho de Dessie, sin lugar a duda. Ambos éramos estudiantes de doctorado de Ciencia Política en la Universidad de Columbia, en la ciudad de Nueva York. Ella se especializaba en estrategia militar, yo en American Politics. Dessie sólo necesitó un juego para conocer mi juego, para conocerme. Yo generalmente necesito tres juegos para conocer el juego de mi oponente, para conocerl@.
El ajedrez lleva con nosotros 1500 años aproximadamente, mientras que la democracia un poco más, unos 2500 años. Ambos son juegos que se rigen por reglas del juego, prácticamente como cualquier juego. Ambos son juegos políticos, en el ajedrez el objetivo es matar al rey del oponente, en la democracia el objetivo es coronarse rey o reina, más o menos.
Ambos son juegos de mamíferos de profundo pensar, aunque el ajedrez es muchísimo más racional que la democracia en lo referente al uso del pensamiento estratégico, mientras que la democracia es una idea que se transmite de generación en generación (haiga sido como haiga sido) y su racionalidad es muy relativa, aunque no por ello deja de ser interesante.
El ajedrez involucra al individuo mediante su pensamiento estratégico, mientras que la democracia involucra también al individuo, pero de forma agregada. La voluntad de la mayoría de los individuos se impone a la voluntad de la minoría en la democracia, generalmente. Un individuo, un voto, aunque eso también es muy relativo. Es mucho más fácil hacer trampa en la democracia que en el ajedrez.
Las reglas del juego son mucho más flexibles en la democracia que en el ajedrez. Lo anterior implica que la democracia, su lógica y su reputación, se puede ir deteriorando conforme transcurre el tiempo, el ajedrez no. Reglas de juego inflexibles entre mamíferos no impiden que los juegos no evolucionen a través del tiempo, al contrario, conforme surgen consensos las reglas de juego cambian, pero definitivamente no se flexibilizan. Las excepciones en la aplicación de las reglas destruyen los juegos, sin excepción. La anterior es una de las grandes diferencias entre la democracia y el ajedrez, la primera pierde el respeto de sus participantes conforme sus reglas se flexibilizan, mientras que el efecto contrario se da entre los jugadores de ajedrez: un ganador o un participante de torneos no nada más nacionales, sino internacionales, es profundamente respetado por la comunidad (de ajedrecistas).
Ambos juegos se pueden volver a jugar todas las veces que se quieran volver a jugar, al menos en teoría. Aunque sólo en el juego de la democracia los candidatos participantes pueden ser asesinados por otros miembros de la comunidad, en el ajedrez ciertamente eso no se da. Mejor matas a quien tengas que matar en el tablero y al final del juego un buen estrechón de manos es más que suficiente.
Ambos juegos cuentan con un universo propio de posibilidades de resultados. En el caso del ajedrez, el universo es predecible y previsible, pero no para todos los que lo juegan. En la democracia hay otros factores que influyen en el resultado final y que expanden o contraen el universo de posibilidades en términos de los resultados: número de participantes, cultura política de la ciudadanía participante, estructura institucional política, planteamientos ideológicos, número de partidos políticos participantes, tipo y calidad de liderazgo político, interacción entre autoridades civiles y militares, presupuesto de partidos durante las elecciones, contextos históricos, falsos neoliberalismos, dinosaurios disfrazados de políticos de izquierda, etc. En este sentido, la democracia es más interesante que el ajedrez.
Ambos se fortalecen conforme se practican a temprana edad, 4-5 años para el ajedrez y unos 6-10 años para la democracia, aunque sea de manera educativa y simulada. Ambos, si no cuentan con el apoyo dentro de la familia, no van a ser relevantes en la vida de sus posibles participantes.
El ajedrez es una forma de vida, la democracia también. En el tablero de juego de ajedrez el humano es dios, es el que decide el destino de las piezas jugadas. En la democracia el político que va acumulando poder en una democracia se cree dios, pero en realidad no lo es, ya que el poder es un flujo y no un acervo del que se puedan adueñar. En la democracia el ejercicio poder es el objetivo central del juego, mientras que en el ajedrez el poder es real y ficticio al mismo tiempo.
Cualquiera que pueda jugar Turista o Monopolio o damas chinas puede jugar ajedrez. El secreto no radica en el tipo de juego alternativo con que se compare el ajedrez, sino en que el individuo que juega juegos le guste respetar las reglas del juego. Alguien que no le interesa respetar las reglas del juego será un pésimo jugador de ajedrez. Dirá que es aburrido. Existen contadas excepciones a este respecto: las personas que viven de crear sus propias reglas del juego y que además les funcionan, como los patrones, mas no sus sicarios ni sus políticos, un peón es un peón al final del día.
No existe democracia idéntica en el planeta, ni en el aquí ni el ahora, ni desde una perspectiva histórica. La flexibilidad de sus reglas es la principal razón, así como la cultura política del pueblo bueno que la ejerce, cuando la ejerce. En el ajedrez puede haber variantes, pero el 99% de los juegos de ajedrez en el aquí y ahora es exactamente el mismo, tanto en la estructura del tablero y sus piezas, como en el conjunto de reglas que rigen los juegos. En términos históricos ha habido cambios, un juego que pasa de la India a Persia a la cultura musulmana a la cultura europea y a la modernidad… claro que cambia. Aunque no mucho, ¿eh?
La edad ideal para jugar ajedrez… hay dos respuestas a este respecto. A) Cualquier edad es buena para aprender a jugar ajedrez, en serio. B) Alrededor los 3-4 años sería lo ideal-ideal. El cerebro se halla en plena formación a los 3-4 años y aprender a jugar ajedrez definitivamente va a lograr una mejor conexión y actividad neuronal, misma que le será de utilidad al individuo por el resto de su vida. Independientemente de la respuesta dada, no importa la edad, pero el ajedrez es bien recibido por el cerebro, son vitaminas de alto rendimiento para el cerebro. El ajedrez se recomienda mucho para las primeras etapas de Alzheimer. La democracia se puede jugar generalmente a partir de los 18 años. Con el ajedrez se pierde el miedo a perder, al contrario, perder un juego es una riquísima fuente de aprendizaje para ser mejor en el juego conforme transcurre el tiempo. Éste es un lenguaje que habla perfectamente bien el líder político de alto rendimiento. Nota: a los 3-4 añitos, definitivamente se requiere que alguien enseñe a jugar ajedrez a la criatura. Los pasos y reglas de juego básicos, con eso basta, el cerebro del chiquitín hará el resto. ¿Quién le va a enseñar a jugar ajedrez a la niñez mexicana si la abrumadora mayoría de sus padres no entienden lo que leen y escriben con una ortografía horrorosa, bajo el supuesto que sepan “leer y escribir”?
¿Los políticos deberían saber jugar ajedrez? Claro. Si no, entonces, ¿cómo diablos gobiernan? ¿Los ajedrecistas deberían meterse en la política? Nop. Así estamos bien, gorditos y bonitos, como los pingüinos de Madagascar. Gracias.
¿Quién juega mejor ajedrez, el hombre o la mujer? Pregunta irrelevante, no obstante la abrumadora mayoría de los Grand Masters que dominan el ajedrez son de género masculino, yo pienso que nada más es cuestión de tiempo para que las mujeres emparejen los números. Actualmente se calcula que existen aproximadamente 1500-1800 Grand Masters de un total de 800 millones de jugadores de ajedrez en el mundo. 24-40 de los Grand Masters son de género femenino. Número de Grand Masters mexicanos a través de los tiempos modernos occidentales: alrededor de seis.
En relación a la democracia está sucediendo algo similar: las mujeres están mostrando, ciertamente más rápido que en el ajedrez, que son tan buenas para gobernar, echar a andar ideas y mecanismos institucionales en un marco democrático, como cualquier hombre. Si no pregúntenle a la Doña Mariana del Nuevo León, misma que se ha convertido en un personaje de atención internacional de la nueva política bloguera a nivel mundial, mientras que su marido pues nomás aspira a ser presidente de la República, al igual que su coterráneo Salinas en su joven y reluciente momento.