Autor: Dr. José Martín Méndez González
Autor:Imperios de la mente—¿Hacia una sociedad del desconocimiento?
Y cuando los hombres de Estado y otros individuos le perturban demasiado, el científico debe recoger sus bártulos y marcharse. Con una mente firme e imperturbable, debe pensar que, en cualquier circunstancia, la tierra está abajo y el cielo arriba y que, para un hombre enérgico, la patria está en cualquier parte.
Tycho Brahe, astrónomo danés (1546-1601).
El 13 de marzo de 2019 la Comisión de Ciencia, Tecnología e Innovación de la LXIV Legislatura de la Cámara de diputados en coordinación con el Foro Consultivo Científico y Tecnológico A.C. emitió una declaratoria en el marco del “Conversatorio para el análisis del sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación de comunidad científica, tecnológica y del ámbito de la innovación”. Dicha declaratoria contaba con 12 puntos. Rescato—y transcribo— los puntos 2, 4 y 5. Las cursivas y los paréntesis para explicar algunas abreviaciones son míos. El documento completo lo pueden consultar aquí.
Punto 2. Reconocemos que nuestro país no podrá alcanzar los estadios de desarrollo sin el establecimiento de una política pública de CTI (Ciencia, Tecnología e Innovación) de largo plazo que cuente con un marco jurídico congruente que le de soporte y la consolide. Es momento de fortalecer un Sistema que ha tomado años construir.
Punto 4. Coincidimos en que cualquier cambio legal o establecimiento de acciones que impacten a este sector estratégico, debe ser acompañado por un diálogo amplio y permanente entre todos los actores que lo integran, por tanto, el resultado debe garantizar la pluralidad y la inclusión de todos.
Punto 5. Reiteramos la importancia del presupuesto público como base para el desarrollo de las actividades científicas, tecnológicas y de innovación. Es indispensable cumplir con el mandato legal para que el Estado y el sector privado inviertan al menos 1 % del Producto Interno Bruto, y en su caso los recursos públicos deben ser progresivos, es decir, que año con año no disminuya en términos reales.
En aquel entonces, tal declaratoria sonaba esperanzadora. Hoy día, en el torbellino mediático y legal en que se encuentra sumido tanto el CONACyT como la comunidad científica, esa declaratoria me parece un mero espejismo. A pesar de estos inconvenientes, que mantienen a la ciencia en México en una especie de estado de latencia (el potencial sigue ahí, sólo que a la espera de mejores condiciones para florecer) el mensaje que busqué transmitir durante el conversatorio creo que sigue vigente.
Si bien todas las mesas trataban temas de importancia elegí participar en la Mesa 4: Financiamiento público y privado para el desarrollo científico, tecnológico y de innovación nacional. Y es que un ingrediente necesario para detonar el desarrollo científico tecnológico de cualquier país es la participación de la industria privada.
En este sentido no hay que inventar el hilo negro como aparentemente se plantea cada seis años; ya se sabe que hay que invertir en investigación y desarrollo; que las ideas están libres de impuestos, pero si se crean ecosistemas tecnológicos y fiscales adecuados pueden generar una derrama económica capaz de contribuir significativamente a las cuentas públicas del estado y la generación de empleos alrededor de la cadena de valor. A este respecto, Robert Solow, premio Nobel de Economía 1987, descubrió que el progreso tecnológico era responsable del crecimiento económico en mucho mayor medida que la mano de obra o los recursos naturales.
¿Y cuánto hay que invertir? Los países miembros de la OECD (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, por sus siglas en inglés) invierten un promedio del 2% del PIB (Producto Interno Bruto). México invirtió 0.3 % del PIB en 2020 según los datos de la OECD, aunque por ley deba ser el 1 % del PIB (véase el punto 5 de la declaratoria). Por otro lado, hay países que han decidido no quedarse en el promedio, apostando fuerte por su futuro y han duplicado (en comparación con el promedio de la OECD) su inversión en investigación y desarrollo. Corea incrementó su inversión en investigación y desarrollo de 1.7 % a 4.5 % de su PIB en 26 años.
¿Les funcionó? Parece ser que sí. En 2018 ocupó el primer lugar de los países más innovadores del mundo, dejando en segundo lugar a Suecia. En este punto rescato un comentario realizado por Guillermo Funes Rodríguez, en aquél entonces (2019) presidente de la CANIFARMA: por cada dólar que invierte Corea en investigación y desarrollo, obtiene 25 dólares. Esto nos da una idea del compromiso a largo plazo México necesita.
¿Cuánto debe invertir el gobierno federal y cuánto el sector privado? Con datos mencionados en la mesa de trabajo, aproximadamente el 80% de la inversión en ciencia y tecnología proviene del gobierno federal, el restante del sector privado. En particular, el gasto en investigación y desarrollo tecnológico del sector productivo como proporción del PIB se ha mantenido en 0.1 % desde 2012, de acuerdo con cifras del INEGI reportadas en 2016.
Muy bien, hay que invertir, pero ¿en qué? Un estudio que puede servir de guía, publicado en 2013 en la revista de acceso abierto PLoS, muestra que financiar las ciencias básicas como la física, la química y las ciencias de materiales se correlacionan fuertemente con el crecimiento económico. Más aún, los datos analizados indican que dicha inversión es la mejor política para detonar el crecimiento económico de países con economías medianas. Lo anterior no implica que dejen de financiarse las restantes áreas del conocimiento sino más bien generar los mecanismos que integren a esa triada a otras ramas científicas, como la biotecnológica (ahí está el caso de Sir Gregory Winter, Nobel de Medicina 2018, cuya investigación ha generado una industria que vale, por lo menos, $70 billones de dólares).
Así, pues, ¿cómo invertir? ¿Cuál es la mejor metodología de financiamiento para que se propicie la innovación científica y tecnológica a nivel nacional? Otros países líderes en ciencia y tecnología también tienen problemas en responderla. ¿Deben financiarse proyectos de amplio alcance liderados por algunos científicos que son punta de lanza en sus respectivos campos? O bien, ¿debe seguirse un esquema igualitario, donde todos reciban una porción del presupuesto sin importar los méritos? Entre esos dos opuestos es necesario buscar entre los centros de investigación y sector privado el balance adecuado acorde con la economía de la nación, así como los objetivos de largo plazo, transexenales.
¿Cómo evitar seguir el camino hacia una sociedad del desconocimiento? Existen investigaciones que ofrecen directrices generales para tomar el rumbo correcto en la generación de conocimiento e innovación de calidad.
Se han identificado tres fuentes principales de generación de conocimiento que impulsan la innovación. La primera fuente de conocimiento es la investigación y desarrollo proveniente de la industria privada. La segunda fuente es aquella obtenida de la investigación y desarrollo en universidades e instituciones científicas. La tercera fuente de conocimiento la proporcionan los trabajadores, es decir, el capital humano entrenado de alto nivel.
¿Cómo coordinar estas tres fuentes de conocimiento para generar un círculo virtuoso que conduzca a la innovación a través de la creatividad? De manera general, se pueden establecer como puntos medulares los siguientes:
1) Establecer mecanismos de excelencia y liderazgo. Los gobiernos que financian ciencia básica deben enfatizar la excelencia, la calidad (y no la cantidad de conocimiento) es más probable que contribuya a la innovación. Si se financia proyectos mediocres, los beneficios a corto y largo plazo también lo serán.
2) Grupos pequeños, pero de contexto amplio. Diversas investigaciones han mostrado que el desempeño científico inicialmente incrementa conforme lo hace el grupo de investigación, pero a partir de cierto límite, el desempeño cae o se vuelve negativo. Grupos adecuados están formados por 4 a 7 personas. Más aún, los equipos pequeños crean ciencia y tecnología disruptiva mientras que los grupos más grandes tienden a desarrollar productos o servicios; ambos son necesarios en el ecosistema científico y tecnológico, pero deben balancearse.
3) Contactos multidisciplinarios. Promover la interacción de los miembros del grupo a través de puentes entre distintos departamentos que conduzcan al conocimiento de nuevas técnicas y/o habilidades complementarias.
4) Independencia de los investigadores. Dotar de financiamiento estable a los líderes de grupo tan pronto como sea posible para que persigan sus intereses científicos con libertad.
En la novela “Hombres buenos” de Arturo Pérez-Reverte, que narra las peripecias de dos hombres que “lucharon por traer las luces y el progreso”, se puede leer: “Sólo un Estado organizado y fuerte, protector de sus artistas, pensadores y científicos, es capaz de proveer el progreso material y moral de una nación.” Mire a izquierda y derecha donde quiera que se encuentre leyendo esta columna: el Estado somos nosotros. Construir una sociedad del conocimiento está en nuestras manos todos los días. Hagámoslo cada uno desde nuestra trinchera.