Rubén Aguilar Valenzuela
Con motivo de los 500 años de la llegada de Cortés a Veracruz en 1519 y la caída de México-Tenochtitlán el 13 de agosto de 1521 los historiadores nacionales y extranjeros han revisado a fondo qué fue la conquista.
Producto de su trabajo de investigación se han presentado nuevos ángulos de mirada y leído de otra manera documentos como las relaciones de Hernán Cortés o el Códice de Tlaxcala.
Han propuesto otra lectura a la historia oficial sobre la conquista tanto de México como de España y han abordado de manera original y provocadora la figura de Cortés, de Malinche y de los indígenas conquistadores.
No ha pasado lo mismo con la celebración de los 200 años de la consumación de la Independencia. Sigue vigente la historia oficial. La de los libros de texto escolar. México requiere una nueva lectura de la gesta de Independencia.
Una que nos acerque, más allá del mito, a lo que realmente sucedió. Una que sea distinta a la oficial con héroes impolutos. Con hombres que rayan en la divinidad. De mesías salvadores.
De personajes tocados por el dedo de Dios, predestinados a hacer cosas trascendentes, que provocan el seguimiento ciego de las masas, del pueblo oprimido en pos del nuevo mundo que estos les ofrecen.
Esa visión ya no se sostiene. No es creíble. Pertenece a otros tiempos. Esa narrativa origina, entre otras cosas, el desinterés de las nuevas generaciones en el tema. Son reacios al mito, a la versión fantasiosa que se les propone.
Saben que no es posible. Que esos personajes no existen. Por eso, como la gran mayoría de las y los mexicanos, solo se quedan con la fiesta. Esta se justifica por sí misma. No requiere explicación.
En la lógica de lo políticamente correcto quien consuma la Independencia, Agustín de Iturbide, un militar criollo que ha servido a la corona y combatido a los insurgentes, no puede, debe ser celebrado.
No hay a quien atribuirle la victoria. Se establece desde entonces una lectura maniquea de la historia. Los buenos son los que perdieron la vida, los que fracasaron en su intento de independizar a México. Los malos los que no murieron y ganaron.
En la historia oficial y en la litúrgica cívica de la ceremonia de la Independencia inventada por el presidente Porfirio Díaz, se celebra la derrota no el triunfo. Se festeja el inicio fallido aplastado diez meses después de que inició.
A 200 años de la consumación de la Independencia es necesario plantearse con objetividad lo que realmente pasó. Es algo que merece la sociedad mexicana. Hay que encarar la realidad. “La verdad nos hará libres” (Juan 8:32).
Twitter: @RubenAguilar