De repente parecía que el piso se movía a una velocidad sorprendente. Sin duda temblaba con fuerza, la alarma no se escuchó, por lo menos no al interior del vestíbulo de la Terminal 2 del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Los ruidos y la fuerza de las sacudidas provocó una estampida en la que muchos buscaban evitar aquellas zonas de paso cubiertas con cristales y maletas abandonadas, ruta inevitable para llegar a la glorieta del acceso principal que lucía repleta, y en donde personas y vehículos se abrían el paso, mientras la estructura continuaba moviéndose al tiempo que algunos cristales que se precipitaron generaban gritos de la gente que intentaba salir.
Quizás el miedo era mayor, puesto que todos hemos visto el deteriorado estado de la terminal cuyos cimientos han originado la aparición de rampas casi intransitables y parches que más allá de indignos para un aeropuerto de este calado, revelan el miedo con el que actuamos quienes allí estábamos.
Durante casi una hora esperamos en la lluvia, sin información, y con la angustia de saber sobre nuestra ciudad y nuestras familias. Los minutos confirmaron que al parecer solo había sido un gran susto y así, después, cada quien encontró sus maletas y busco dar continuidad al proceso que lo tenía allí. Fue muy curioso ver que durante la evacuación, las personas más comprometidas en el aeropuerto y que ayudaron a desalojar la terminal, fueron los maleteros, quienes con amabilidad trataron de ayudar a las personas que buscaban la ruta menos peligrosa.
Imposible olvidar los terremotos anteriores, el sufrimiento que causa la destrucción, la incertidumbre de esos breves momentos… la calma llega cuando los reportes señalan que ante un sismo de esta magnitud, nuestra ciudad se mantiene de pie, las alarmas dieron en casi todas partes una prevención crucial, y entonces se borran aquellos recuerdos del 85 que nos marcaron a muchos y que revolucionaron desde entonces la forma de construir en la ciudad, generando protocolos de protección civil que hoy son fundamentales.
De allí la importancia de la prevención en edificios, escuelas, nuestros hogares y hospitales, donde no es menor entender lo mucho que vale saber qué hacer, a dónde ir, cómo reaccionar y cómo dar la mano a quienes se enfrentan con el pánico del momento. Las heridas de los sismos son físicas y emocionales, pero nos dejan el aprendizaje de seguir invirtiendo recursos para construir una cultura de la prevención en todos los ámbitos, porque cada vez que sucede algo como lo de este martes y retiembla en sus centros la tierra, los chilangos sabemos qué hacer y nos ponemos a salvo y entonces demostramos que aprendemos las lecciones.
En el aeropuerto, una mujer extranjera comenzó a llorar y gritar, nunca había vivido algo igual, no sabía qué hacer y con una mano y una mirada la acompañamos, reaccionó sorprendida y se dio cuenta que no estaba sola, estaba en México y aquí sabemos ponerle cara a esos momentos en los que hay que cuidarnos entre todos.