El título del libro del Presidente López Obrador y el momento político que vive, se hicieron presentes ayer al presentar el Tercer Informe de gobierno, donde hizo un balance no de la administración pública y su estado, sino de su proyecto político que ha sido la hoja de ruta de la Cuarta Transformación.
Sin mayor preámbulo, el Presidente hace un recuento en el que deambulan las ganas que tiene de pertenecer a la historia, el deseo político permanente de mostrar que sí había de otra y la recia manera de argumentar que su proyecto no tiene grietas, ni errores, ni pendientes. Quienes esperan otro mensaje, otras formas y otras reflexiones están equivocados, el Presidente sigue insistiendo en la superioridad de las causas que enarbola y lo hace consiente de lo que posiblemente está pasando, de lo que pueda pensar la opinión publica o sus adversarios, en su espacio, en su informe lo importante es ampliar el espacio de diálogo y entendimiento que tiene con su base, que lo sigue manteniendo con una popularidad envidiada por todos, a pesar de muertos, de extravíos, a pesar de datos poco alentadores, ahí está siempre la posibilidad de generar ese sentimiento de que el rumbo actual es el mejor posible.
Se equivocan también quienes exigen autocritica, los gobiernos no lo hacen, los gobiernos deben mantener la emoción de sus decisiones y capturar algo de rentabilidad política siempre que sea posible, y hoy lo es, porque para bien o para mal, nos guste o no, el mensaje es congruente con lo que lo prometido y respecto a la expectativa que genera. Seamos francos, el ejercicio de los informes en este país no ha sido una rendición de cuentas tal cual, es un espacio para que el mandatario en turno tenga la oportunidad de auto congratularse, aunque cabe señalar que este Presidente ha sabido mantenerse en la agenda todos los días gracias a sus conferencias matutinas.
El paso de López Obrador por la presidencia nos dejará muchas lecciones y probablemente signifique un giro a las formas y maneras con las que se ha gobernado este país. Su tenacidad, la forma vehemente con la que defiende sus ideas y su proyecto, así como la buena dirección que según sus datos está tomando el país no se mueve un ápice. Este presidente es un caso especial de constancia y firmeza, virtudes o defectos, según se juzgue, que lo llevaron al lugar al que está hoy, y esa estrategia no cambiará.
López Obrador dejará la presidencia, con razón o sin ella, creyendo firmemente que su proyecto de nación significó un punto de quiebre para el país, y lo importante aquí es que mucha gente lo percibe así, y quizá hay argumentos lo suficientemente fuertes para estar de acuerdo con esta idea. Más allá de la discordancia que puede haber con su pensamiento político y económico o con sus prejuicios sociales e ideológicos, lo que ha mantenido fuerte al Presidente radica en una serie de factores que ningún político en este país había logrado reunir.
El Presidente cree firmemente que tiene la razón, y que incluso la historia está de su lado. Su obsesión con el papel que él y su proyecto jugarán en la vida presente y futura del país son el motor que lo mueve, y hará todo lo posible, aunque ya no le alcance, para llevarlo al destino final que él busca… ya sea en nuestra realidad, o en la de él.