La idea de que «el dinero no compra la felicidad» ha prevalecido durante mucho tiempo. Esto debido a diversos estudios en los cuales se buscaba demostrar que ganar más de lo necesario para cubrir nuestras necesidades básicas y mantenernos «cómodos» era inútil e incluso podía hacernos menos felices. Lamentablemente, esos días se han ido.
Al parecer, nuevas investigaciones desde la ciencia social buscan demostrar justamente lo contrario: cuanto más, mejor.
Por ejemplo, en 2020, científicos analizaron datos de la Oficina de Estadísticas Nacionales y el Índice Happy Planet con el objetivo de averiguar cuánto dinero necesitaría, en este caso, un ciudadano británico promedio para vivir una vida feliz. La respuesta: £33,864 o más (unos 44 mil dólares).
Este año, una publicación de Matthew Killingsworth de la Universidad de Pensilvania sugiere que cuanto más dinero tenemos, más felices somos.
Eso no se traduce en que ‘la codicia es buena’, tiene que ver con el estado del mundo y la ‘desigualdad de bienestar’ que constantemente experimentamos. Las personas más ricas tienden a gozar de mejor salud, y una buena salud tiene un impacto en la felicidad.
Quienes tienen más dinero gastan en comprar más tiempo libre e invierten en experiencias en lugar de sólo acumular «cosas». Esto de igual forma ayuda a aumentar su estado de felicidad.
A medida que nos hacemos más ricos, podemos volvernos menos éticos y menos empáticos, ya que la riqueza infunde un sentido de libertad y cuanto más ricos somos, menos nos preocupan los problemas y sentimientos de otras personas.
Por supuesto, la felicidad se nutre de las relaciones, de la satisfacción laboral o de simplemente disfrutar la vida. Sin embargo, el saber que tenemos más dinero en el banco nos da mayores opciones en muchas de estas categorías.
Nuestra felicidad también se ve afectada cuando nos comparamos con los demás. Si logramos mantener el mismo nivel de vida que tienen los que nos rodean experimentaremos un mayor nivel de bienestar y, por lo tanto, nos sentiremos más felices. La ‘privación relativa’, como se la conoce, es independiente de la ‘pobreza absoluta’: así vivamos en un vecindario o país rico, si no tenemos un automóvil nuevo como nuestro vecino, seremos infelices (según la ciencia).
Los efectos de la privación relativa demuestran por qué la felicidad promedio se ha estancado a lo largo del tiempo a pesar de los fuertes aumentos de los ingresos a nivel mundial. Los impuestos sobre el gasto en «búsqueda de estatus», así como un impuesto sobre la renta más elevado, pueden disminuir el impacto negativo de la privación relativa en el bienestar (esto explicaría por qué los países escandinavos con impuestos altos a menudo encabezan las encuestas mundiales de felicidad).
Por otro lado, un estudio de Psychology Today mostró que los hijos de padres ricos teníanun mayor riesgo de sufrir depresión, ansiedad, trastornos alimentarios y abuso de sustancias. Además se encontró que, mientras más ricos nos hacemos, podemos volvernosmenos éticos y menos empáticos, ya que la riqueza infunde un sentido de libertad y cuanto más ricos somos, menos nos preocupan los problemas y sentimientos de otras personas.
En contraste, los psicólogos de la Universidad de California en Berkeley y San Francisco descubrieron que las personas con ingresos más bajos son mejores lectores de expresiones faciales y más empáticas.
Quizá no importe si nuestro vecino tiene una casa más bonita o un mejor auto que nosotros, al menos podemos tener la satisfacción de decir que quizá seamos más agradables que ellos.