Ernesto Camou Healy
Hace poco más de una semana la capital de Afganistán, Kabul, cayó en poder del ejército talibán, a raíz de que Estados Unidos decidió salir del país después de casi veinte años de intentar ocuparlo. La historia es larga y compleja; para entenderla hay que remontarse, al menos, a 1978, cuando un grupo de orientación socialista tomó el poder y comenzó una serie de reformas políticas, económicas y sociales que provocaron reacciones encontradas entre la población.
Era un gobierno de tipo secular para una sociedad básicamente religiosa y dividida en grupos étnicos islámicos, pero encontrados entre sí. El nuevo gobierno se declaró ateo, intentó una reforma agraria sin mucho éxito, fue rígido y feroz en contra de sus opositores, pero al mismo tiempo anunció respeto a los derechos de las mujeres y su participación en la vida política. Eso provocó descontento en las comunidades más tradicionales y sembró semillas de insurrección.
La Unión Soviética de entonces mandó a su ejército para apuntalar al régimen en contra de la resistencia campirana, a esos luchadores los llamaron muyahidines, es decir “los que hacen la yihad”, los combatientes por el islam. El gobierno de Jimmy Carter primero, luego el de Ronald Reagan, decidieron apoyar a estas facciones afganas en contra del gobierno apoyado por Rusia. Comenzaron a mandar asesores y armas para fortalecer la guerrilla anti socialista.
El ejército muyahidín se formó por grupos muy diversos con base en pueblos y comunidades rurales, y el apoyo norteamericano. En varias localidades los centros de estudio del islam se decantaron por apoyar el movimiento, y sus alumnos y maestros (mulás) se enrolaron en números considerables; eran estudiantes de su religión trocados en guerrilleros, los llamaron “talibanes”, es decir escolares en formación. Aprovecharon el apoyo técnico estadounidense y las armas que les suministraban para ir formando una milicia que muy pronto destacó militarmente.
En las localidades que tomaban aquellos talibanes imponían un régimen de gobierno de corte religioso fundamentalista: Las mujeres debían ir totalmente cubiertas, siempre acompañadas por varón, fueron excluidas de la vida pública, sin acceso a salud ni educación y no se les permitía ni reír en público. Los talibanes cortaban las manos de las personas acusadas de robar, y propinaban brutales palizas a quienes no se plegaban a sus directrices.
Con el apoyo de Washington el muyahidín y los talibanes obligaron a las fuerzas rusas, que ya tenía serios problemas internos, a retirarse en 1988. Eso dio origen a una serie de guerras civiles en las cuales los talibanes ganaron posiciones importantes, apoyados mayoritariamente por la etnia Pashtún, la más numerosa del país, y por facciones rebeldes en la vecina Pakistán, más las fuerzas de Al Qaeda, comandadas por Osama Bin Laden.
Cuando Bin Laden atacó a los Estados Unidos y derribó las Torres Gemelas de Manhattan, el gobierno norteamericano decidió intervenir para vengarse, “poner orden en Afganistán” y acotar la fuerza de sus antiguos aliados y muy bravos adversarios. Comenzó la intervención militar en el territorio afgano y la lucha contra los talibanes. Estos se replegaron y hostigaron a los invasores mientras controlaban algunas zonas marginales. Se retiraron estratégicamente para organizarse como ejército, se dice que tienen más de 80,000 efectivos, y esperar su oportunidad de acceder al control del país.
La lucha contra los norteamericanos se prolongó dos décadas hasta que comprendieron que se podría dilatar casi indefinidamente: sus costos económicos y en vidas cada vez tenían menos apoyo al grado que Donald Trump firmó un acuerdo de paz totalmente ineficaz en el 2020.
La retirada anunciada por Biden movilizó al Talibán que rápidamente comenzó a tomar ciudades y regiones hasta culminar con la toma de Kabul, lo que provocó una huida masiva de afganos temerosos de la rigidez un tanto bárbara de los fundamentalistas.
Resta ver si consiguen tener flexibilidad para gobernar, es un país muy complejo y diverso; o si continuarán las belicosidades entre hermanos…
Publicado originalmente en El Imparcial