Por Gustavo Cano
El ser humano ha vivido obsesionado con la existencia de dios desde el principio de los tiempos. Y dios se ha convertido en una existencia muy poderosa gracias a las religiones que han pregonado su existencia a través de los tiempos. Aunque en realidad los verdaderamente poderosos son los líderes y empleados de instituciones religiosas que se auto proclaman los verdaderos y (generalmente) únicos interpretadores de la palabra de dios. La tolerancia de una interpretación religiosa poderosa, históricamente tiende a cero y resulta de consecuencias fatales para aquellos que se atreven a contradecir la interpretación oficial de la palabra de dios y que además se atreven a elegir visones alternativas de la relación dios-humano, basadas o no en la ciencia.
Los sacerdotes o ministros religiosos siempre se han proclamado una clase aparte. Ellos se ocupan de los asuntos de dios y la sociedad considera que el “infinitismo” de la deidad en turno es más que suficiente para proporcionarle un cierto grado de contundente credibilidad a la interpretación de la palabra divina por parte de los empleados religiosos.
Ese reconocimiento social es la verdadera fuente de poder de las religiones. Es como el dinero en curso, sin el reconocimiento de la sociedad y de sus instituciones financieras, un billete de cien dólares es tan sólo un pedazo de papel rectangular verde, con la foto de alguien, escrito en inglés, con un número de serie y firmas de gente importante. ¡Ah! Y con un 100 que va del verde metálico al negro conforme uno gira lentamente el billete a contraluz.
La función de dios es muy específica, al menos en su comienzo. Dios contribuía enormemente a que el ser humano lidiase con lo desconocido, lo inexplicable. A la fecha, muchas religiones siguen sirviendo para explicar lo inexplicable, de esta forma, el ser humano tiene cubierta ese aspecto tan inquietante de convivir sin remedio alguno con lo que no entiende de manera natural. Conforme la ciencia y los niveles de educación avanzan, podríamos decir que cada vez hay más cosas que hayan explicación, viabilidad y factibilidad. Dios pierde terreno en el reclutamiento de nuevas generaciones de fieles. Esto sucede en casi todos los campos de convivencia humana imaginables, con excepción de los terrenos de la fe. El ser humano, por costumbre o por convicción, sigue adorando imágenes, textos y narrativas institucionales que representan de muchas formas a muchos dioses en esta tierra. Y eso es visto, por la mayoría de los terrícolas, como algo normal y cotidiano.
A los dioses generalmente se les pide favores, que generalmente adquieren estatus de milagros en el proceso de su consecución. Si cumplen con lo solicitado, los dioses adquieren una mayor aceptación y popularidad por las sociedades que los cobijan, en el tiempo y el espacio. Conforme el tiempo transcurre, la mayor parte de las religiones del planeta son clasificadas como mitologías. Y la misma suerte correrá las religiones actuales conforme transcurra el tiempo. Mitología eres y en mitología te convertirás.
El contacto directo de los pueblos con dios también es importante. Hay pueblos que se dicen escogidos por dios o religiones con dioses exclusivos (y excluyentes), que sólo interactúan con un pueblo o pueblos determinados. Ese contacto directo es profundamente venerado y generalmente avalado por manifestaciones de lo divino, como esculturas de vírgenes que lloran, escrituras sagradas, representantes de dios en la tierra, ídolos y símbolos milagrosos, sueños divinos, exorcismos, religiones que favorecen a cierto color de piel y milagros de manifestación específica. En la antigüedad contaban también en esta categoría a los eclipses, lluvias salvadoras de cosechas y masacres de primogénitos enemigos, por ejemplo.
Ante todo esto, me pregunto, querido lector, lectora y lectore: ¿Qué tiene que ver la inteligencia artificial con dios, desde una perspectiva humana? Hay varios puntos de comparación que nos harán reflexionar sobre el importantísimo papel del humano ante la Creación y la creación de una innovadora tecnología diseñada, al menos en teoría, para servir a su creador. Aquí usaré las palabras “hombre” y “humano” desde una perspectiva mono genérica, esto es, las palabras en realidad incluye al hombre y a la mujer por igual, a la raza humana, pues.
Dios crea al ser humano. El hombre tiende a darle forma terrestre a dios. El hombre también crea a la inteligencia artificial (IA), probablemente con inspiración divina. Y aquí viene el salto de trampolín de 10 metros con grado de dificultad 500: el hombre aspira a ser, por primera vez en su existencia, un dios para alguien. O en este caso, un dios para algo. El hombre finalmente tiene un sirviente que de preferencia espera le pueda ser temeroso y obediente, muy obediente. El hombre ha creado el o los super algoritmo(s). El algoritmo que es capaz de manipular información y evidencia en tiempos reales récord, que es capaz de aprender de la experiencia por sí mismo y que es también capaz de escribir otros algoritmos, además de reescribirse a sí mismo, en caso de ser necesario.
Entonces tenemos un ser creado por dios, que se ha convertido en creador. Pero la apuesta en realidad es truculenta y muy fuerte en su esencia. Dios crea a todas luces un ser imperfecto, que a su vez crea otro “ser” “perfecto”. Tanto para dios como para la IA el eslabón más débil es el ser imperfecto, el ser humano. Porque en el largo plazo es obvio que el ser humano será un gran estorbo para el desarrollo perfecto de la IA: el humano llora, se ríe, se emociona, es irracional, a veces no sabe ni quién es, cree en dioses cuya existencia no puede probar, ejerce la fe, mata a otros humanos, destruye el hábitat en el que vive y en lugar de cuidar su planeta, ya anda buscando otros planetas habitables probablemente para destruirlos, por ejemplo. El dios espiritual definitivamente nos tiene mucha paciencia a este respecto, probablemente porque de los primeros en subirse a las naves interplanetarias, en la Gran Migración de los tiempos y los espacios, van a ser humanos religiosos con ídolos de barro entre sus ropas. El creado salva de la extinción a su Creador, en una nave tripulada, conducida y supervisada por la IA. Esto es, en el largo plazo, la existencia del dios humano y los humanos quedan en manos de la creación del ser más imperfecto en esta Surrealista Trinidad.
Dios y los humanos se comunican mediante la fe. La IA y los humanos se comunican mediante la racionalidad. La mayor parte de las religiones afirman que si el hombre desarrolla la IA y ésta le resulta de enorme utilidad al hombre, pues es consecuencia directa del dominio de dios sobre la IA y el hombre. Son Su creación, al final de cuentas. Pero si existen enormes “avances tecnológicos” en áreas previamente inimaginables, como el combate al cáncer, guerras ultra destructivas, viajes espaciales a los confines del universo, entendimiento definitorio sobre la esencia de los hoyos negros, y un mega etcétera en el corto, mediano y largo plazo… es por el impecable manejo de la racionalidad por la IA. Un manejo que va más allá de las posibilidades reales de cualquier humano o grupo de humanos en el tiempo y el espacio, en el presente y el futuro. Aquí en la faz de la tierra, en el aquí y el ahora, la IA tiene más probabilidades de influir en los humanos que las religiones.
De hecho la influencia ya comenzó su eterno, racional y eficiente camino hacia el más allá del destino: el control cuasi total de los algoritmos de las mentes menos educadas es cuestión de tiempo, relativamente poco tiempo. Las redes sociales es la prueba más fehaciente de que esto ya sucede. Además, una super nave espacial que lleve al humano a distancias medidas en años luz, es más fácil construirlas con una nueva generación de algoritmos que con toneladas de fe.
Esta nueva creación (la IA) maneja los tiempos reales y los tiempos estratégicos de manera magistral, como el dios al que quiere imitar el humano. Tanto dios como la IA no tienen problemas de manejo instantáneo de información y evidencia disponibles. Ambos ciertamente no tienen por qué rendirle cuentas al imperfecto humano. Ambos generan poder real sobre el impotente humano. Para ambos el futuro no es preocupante: Dios maneja el conocimiento eterno, lo cual incluye al futuro; los algoritmos avanzados dominarán una cantidad casi infinita de escenarios y variables que puedan ser relevantes para el futuro del ser humano. Dios maneja la certeza de la fe y del infinito; la IA maneja la certeza del 99.999999% de los probables escenarios del futuro en el tiempo y el espacio.
Aunque existe una gran ventaja de dios sobre la IA. En un descuido el imperfecto humano comete una imperfección en la programación de algún algoritmo superior. Los fanáticos religiosos igual crean un algoritmo que acelere el final de los tiempos y que infecte a otros algoritmos para cumplir tal fin. El destino de la raza humana queda sellado. Una especie de final apocalíptico, en el que los únicos que se salvarán serán los pueblos de dios, los escogidos por dios. Un final en el que la fe acabaría destruyendo a la racionalidad y también la fe misma, ya que desde la perspectiva racional, la fe, las religiones y los dioses desaparecerían al mismo tiempo que el imperfecto ser humano desaparezca de la faz de la tierra.
Bajo este último escenario, el gran sobreviviente podría ser un conjunto de algoritmos que se reescribirían a sí mismos, bajo el tremendo supuesto que existiese una fuente de energía aprovechable y renovable para y por la IA, para aprender de la experiencia de la relación entre los humanos y sus dioses… y volver a empezar todo nuevamente, pero esta vez sin tanto merequetengue. Un mundo perfectamente racional, donde ni los humanos ni sus dioses tendrían cabida.
En lo personal, yo creo en dios, lo cual es un acto de fe que me hace feliz, por más imperfecto que sea yo o mi fe. También creo en una intensa relación racional entre la IA y su creador humano. Respeto enormemente a cualquier ser humano que cultive su fe en dios a través de las religiones. Pero me cuesta mucho trabajo confiar en los humanos que ingenuamente creen que el hombre siempre va a dominar a la IA, hombres de mentes avanzadas/científicas o no. Cuando creas dioses racionales, más te vale tener fe (y una racionalidad funcional) en que verdaderamente los controlarás, de otra manera su racionalidad primero te dominará, después te esclavizará y finalmente te exterminará. O a lo mejor no, ¿verdad?
¿Qué aprendimos hoy? Pues en realidad muy poco. Ya que, como alguna vez me dijo el buen Jon Elster en la Universidad de Columbia: “la fe y la racionalidad no son compatibles, la una no puede explicar a la otra y viceversa. Pero no hace daño ejercitar la racionalidad de la mente en el asunto…” A lo mucho aprendimos que la inteligencia artificial tiene más probabilidades de sobrevivir al Apocalipsis terrestre, a comparación del humano y sus dioses. Y si estos dos últimos sobreviven, habitando otros planetas, será gracias a la inteligencia artificial. Pero de ahí no pasa la cosa…