Hace miles de millones de años, cuando el Sistema Solar era aún muy joven, uno de sus planetas disfrutaba de un clima templado, con cielos azules y grandes cantidades de agua corriendo y formando mares y ríos por toda su superficie. Pero ese mundo privilegiado no era la Tierra, sino Venus.
Hoy, sin embargo, las cosas son muy diferentes. Es la Tierra la que dispone de agua en abundancia y goza de un rango de temperaturas que hacen posible el florecimiento de la vida, mientras que Venus se ha convertido en un auténtico infierno, con temperaturas que alcanzan los 450 grados y con una atmósfera venenosa formada principalmente por dióxido de carbono y nitrógeno. ¿Pero qué fue lo que hizo que se produjera este cambio tan drástico?
Planetas gemelos
Ambos, Venus y la Tierra, tienen un tamaño muy similar y comparten también masa y volumen. Por eso se consideran como “planetas gemelos”. Pero dadas sus actuales condiciones, descifrar cómo era Venus en el pasado no resulta una tarea sencilla.
Sabemos, por ejemplo, que su superficie actual es relativamente joven, “solo” entre 300 y 700 millones de años, y los datos recabados por las misiones espaciales que lo han visitado hasta ahora sugieren que, alguna vez, su atmósfera tuvo mucha más agua de la que contiene hoy.
Por lo que sabemos, Venus podría haber albergado abundante agua líquida en su superficie, y haber tenido placas tectónicas y un clima templado y estable.
Algunos estudios indican que el clima de Venus pudo haber sido incluso más estable que el de la propia Tierra primitiva, donde los vaivenes climáticos provocaron largos periodos de calor extremo en alternancia con otros tan fríos que llegaron a convertirla, en varias ocasiones, en una gigantesca “bola de nieve”, con sus polos helados extendiéndose por toda su superficie hasta tocarse en el ecuador.
Existen varias teorías que tratan de explicar qué es lo que condujo a la drástica transformación de Venus. Algunas apuntan a un calentamiento gradual del Sol, que habría sobrecalentado el planeta después de haberle permitido disfrutar de un breve periodo de habitabilidad; otras hablan de la súbita aparición desde el interior, hace unos 4.000 millones de años, de todo un océano de magma y gases de efecto invernadero que lo habrían cambiado por completo, dejándolo en su estado actual.
Extenso océano
Y ahora, en un estudio recién publicado en Journal of Geophysical Research, Michael J. Way y Anthony D. Del Genio, investigadores del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, han presentado evidencias de que un extenso océano de aguas poco profundas, junto a condiciones aptas para la vida, podrían haber persistido en Venus durante por lo menos 3.000 millones de años y hasta tiempos relativamente recientes, hasta que varias grandes provincias magmáticas, o ígneas (llamadas LIP por sus siglas en inglés), emergieron al mismo tiempo desde las profundidades acabando de un solo golpe con el largo período templado.
Los investigadores llevaron a cabo varias simulaciones informáticas de la historia de Venus utilizando un modelo de la NASA (ROCKE-3D) para examinar cómo las variaciones en la velocidad de rotación del planeta y los niveles del agua de su superficie podrían haber influido en su clima primitivo.
Atmósfera temprana de Venus
Así, y suponiendo que la atmósfera temprana de Venus era fría y rica en carbono (como la de la Tierra primitiva) y que su velocidad de rotación era lenta, Way y Del Genio descubrieron que el clima de Venus podría haber permanecido estable durante la mayor parte de sus 4.000 millones de años de historia. Lo cual se opone frontalmente a la teoría del calentamiento gradual del Sol.
Según los investigadores, las erupciones simultáneas de las grandes provincias ígneas tuvieron lugar en tiempos recientes, durante los últimos cientos de millones de años. Y podrían haber provocado un efecto invernadero desbocado al liberar de forma casi simultánea ingentes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera.
La superficie, pues, se secó, y eso podría haber llevado a Venus a un nuevo tipo de dinámica entre el interior y el exterior del planeta, con la aparición en superficie de grandes masas de basaltos, que es lo que se ve hoy, capaces de actuar como eficientes “sumideros” de oxígeno.
Venus, como en la Tierra
El fenómeno, aunque no de forma tan drástica, también ha sucedido en la Tierra. Aquí, en efecto, las grandes provincias ígneas han ido surgiendo secuencialmente en un proceso aleatorio, y no todas al mismo tiempo. Lo cual, según los autores “fue una suerte para la vida tal y como la conocemos hoy”.
Con todo, no se sabe aún lo suficiente sobre el interior de Venus como para asegurar que su estado final, inhabitable, es el producto directo de estos procesos internos. En similares circunstancias, ¿habría sucedido lo mismo en otros planetas similares, incluida la Tierra? Los investigadores necesitan estudiar más a fondo la superfice de Venus para responder a esa pregunta.
Un mejor conocimiento de la historia de nuestro planeta hermano proporcionará, además, valiosa información sobre los procesos a los que se ven sometidos los exoplanetas terrestres, cuyos períodos de habitabilidad podrían ser mucho más largos de lo que se cree hoy en día.