Hoy, la crisis global sanitaria de COVID-19 salpica todos los rincones. En cada noticiario, cada conversación en casa o en remoto hablamos de lo mucho que deseamos que acabe y que sea un pasado lejano al que mirar desde, por ejemplo, el anhelado verano.
Sin embargo, antes de esta crisis de salud nos enfrentábamos ya como sociedad a enormes desafíos que, lógicamente, han quedado relegados por el acuciante ahora de la emergencia sanitaria. Pero cuestiones como el cambio climático, la contaminación y la pérdida de biodiversidad siguen presentes y conectados con la situación que vivimos.
Cambio climático, contaminación y COVID-19
Ya se vio en China. Y ahora también en Europa y España: la reclusión y la minimización de las actividades comerciales y el transporte debidos al estado de alerta han supuesto una disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero, sobre todo de la industria y del transporte por carretera. En el corto plazo, esto es una buena noticia para la consecución de los objetivos de mitigación de gases de efecto invernadero (GEI).
De forma similar, la contaminación atmosférica en nuestras ciudades se ha reducido, tanto en China como en Europa. Cabría esperar que este hecho redunde positivamente en la salud de las personas que habitan estos núcleos, normalmente sometidas a altos niveles de contaminación.
Podríamos aventurarnos a pensar, con todas las cautelas, que las cerca de 10 000 muertes prematuras que se producen al año por la polución del aire en España podrían disminuir notablemente. Un descenso que podemos sumar a los fallecimientos por COVID-19 evitados gracias al confinamiento.
Cuando esta situación pase, problemas como el cambio climático, la contaminación atmosférica en las grandes ciudades o la pérdida de biodiversidad seguirán siendo desafíos de enorme magnitud, frente a los que proponer medidas también urgentes.
No obstante, podemos comenzar a afrontar ya los retos de ese mañana pospandemia teniendo en cuenta algunos factores relacionados con la crisis actual.
Los problemas ambientales del efecto rebote del COVID-19
Si la salida de la cuarentena no es paulatina, escalonada, se producirán picos en el consumo de bienes y servicios. Estos desencadenarán una emisión masiva de GEI y compuestos contaminantes en un modelo de producción y consumo todavía fundamentado en el uso de combustibles fósiles.
El efecto rebote, tan deseado desde el punto de vista económico, entraña un riesgo medioambiental serio. El repunte de emisiones podría incluso compensar la reducción registrada durante la etapa de confinamiento.
La importancia de la concienciación y educación ambiental
Las personas que trabajamos en el ámbito de la ciencia y la sostenibilidad, la sociedad civil y los responsables políticos no podemos perder otra oportunidad de acercar a la ciudadanía las consecuencias de nuestras decisiones y hábitos cotidianos. Cómo nos movemos, cómo trabajamos y cómo nos alimentamos influye profundamente en problemas medioambientales de enorme calado, tiene repercusiones socioeconómicas graves y una incidencia transversal.
Seguramente esta crisis suponga nuestra entrada en una madurez como sociedad sin demasiados precedentes cercanos en el tiempo.
Muy probablemente esté naciendo una conciencia de la colectividad y la corresponsabilidad social determinantes para encarar los muchos desafíos que nos quedan por enfrentar como sociedad en las próximas décadas. Las muestras de generosidad, el apoyo mutuo, la importancia y puesta en valor de servicios públicos esenciales como la sanidad, la educación y la investigación son signos del cambio.
Será necesario también recordar, por ejemplo, que las elevadas tasas de contaminación atmosférica en ciudades como las del norte de Italia o Madrid –con graves consecuencias para la salud, especialmente en poblaciones vulnerables– podrían estar relacionadas con una mayor incidencia de enfermedades cardiorrespiratorias como la COVID-19.
Tendremos que reafirmarnos en la urgencia de reducir la emisión de GEI para frenar un cambio climático que ya causa el sufrimiento de muchos seres humanos en el planeta. Un cambio climático que también puede acelerar la llegada de enfermedades como la que estamos sufriendo.
Habremos de recordar que, si seguimos presionando los ecosistemas naturales con un consumo exacerbado de recursos y territorio, podemos acercarnos a focos de contagio. Podemos perder la capacidad de resistir el embate de eventos climáticos extremos. Perderemos, en definitiva, nuestra resiliencia como sociedad.
La necesidad de un cambio de sistema
Pero quizás lo anterior no sea suficiente para abordar los cambios estructurales de modelo que se precisan para que la degradación medioambiental y sus consecuencias (pandemias como la de COVID-19, entre ellas) se palíen.
Esta crisis es una oportunidad para modificar hábitos, para asegurar un futuro digno a nuestra especie y a nuestra relación con el planeta.
Por ejemplo, la forma en que trabajamos y la forma en que nos relacionamos podrían dejar de ser tan sumamente presencialistas y demandantes de recursos. El teletrabajo podría imponerse como una norma y dejar de ser una excepción. En el ámbito de la investigación, por ejemplo, puede que los congresos y reuniones científicas en remoto sean mucho más frecuentes. Todo ello, con el consiguiente impacto positivo en la mitigación de GEI.
El papel imprescindible de la investigación
Es muy probable, según experiencias previas no lejanas en el tiempo, que la previsible crisis económica que nos espera tras la salida de la sanitaria se cebe con la inversión en educación e I+D+i.
Si como sociedad no evitamos que esto ocurra, el riesgo de limitar nuestra capacidad de enfrentar los desafíos medioambientales antes mencionados (y otros en otros ámbitos directamente relacionados, como el de la salud) crecerá exponencialmente.