La pandemia de la covid-19 ha aumentado de manera importante la ansiedad hasta el punto de que, en un sondeo realizado hace unos meses en Estados Unidos, dos terceras partes de las personas cumplieron con los requisitos para padecer algún tipo de enfermedad mental moderada. Más allá de que existe una tendencia a sobrediagnosticar es obvio que nos encontramos en una situación alarmante.
Pero para entender esta situación hay que notar que la pandemia de ansiedad ya existía antes del virus. La depresión y la ansiedad en muchos países ya eran la principal razón por la cual las personas faltaban al trabajo.
Hace ya más de un año, la maestra de escuela preparatoria Kelly Chavis hizo un experimento en clase. Les pidió a sus alumnos que sacaran sus teléfonos y anotaran en el pizarrón cada vez que recibieran una notificación. Cada notificación de Snapchat, Instagram, texto, llamada, etc., sin contestarlas para no generar nuevas. Como puede esperarse, los resultados de esta pequeña prueba dejaron ver claramente la enorme capacidad que tienen estos aparatos de generar distracciones y sobreestimular a las personas. Una niña obtuvo ciento cincuenta notificaciones de Snapchat en una hora.
Ahora bien, estos mensajes no vienen sin un costo. Lo que la información consume es la atención, la fragmenta y la dispersa. La atención es indispensable para la regulación emocional y el aprendizaje, pues los circuitos neurales se sedimentan a través de momentos de fuerte atención. Pero este no es el único problema. Las notificaciones de los teléfonos no sólo nos distraen, también nos hacen ansiosos, nos proveen una dosis mixta de dopamina y adrenalina, la cual para muchos es difícil de manejar. Estas notificaciones en inglés son conocidas como “push notifications”, literalmente bits de información que nos empujan hacia algo.
Lo que llama más la atención es que para muchos jóvenes los teléfonos celulares y las redes sociales más que un placer son una obligación y, por lo tanto, una presión. Sienten que necesitan estar conectados para socializar y acceder al universo de gestos y costumbres de su generación. Sienten la necesidad de recrear sus personalidades en línea para estar a la altura de sus compañeros y temen que si no lo están o si no frecuentan estos sitios se perderán de algo importante.
Como reporta el LA Times, existen actualmente algunos estudios que sugieren que la ansiedad aumenta con el uso de smartphones y el tiempo en redes sociales, particularmente entre los adolescentes. Esta situación es especialmente complicada en una pandemia como la actual, donde en muchos casos no hay otra alternativa para la socialización.
Por una parte es importante que las personas puedan mantener contacto con amigos y colegas y no se sientan aisladas, pero por otra parte, si pasan demasiado tiempo en línea –y el límite es tenue– es muy fácil que la información que consuman o simplemente el tiempo en pantalla acaben teniendo efectos negativos y fomentando la ansiedad.
Diversas escuelas en diferentes partes del mundo han incorporado a sus planes de estudio elementos de concientización sobre el uso de los teléfonos y particularmente de las redes sociales, con lo cual se busca que alumnos aprendan a manejarlas y en algunos casos a abandonarlas.
La situación actualmente es complicada, pues muchos de los antídotos para esta situación tienen que ver con pasar tiempo con otras personas, caminar en la naturaleza, hacer ejercicio, etc., actividades que en estos momentos están un poco comprometidas. De cualquier manera, es recomendable buscar momentos en el día en que el teléfono celular –o cualquier otro aparato– esté apagado o en otro lugar y podamos concentrarnos completamente en el presente sin distracciones.