Entro al despacho del Jerarca, ubicado en el Palacio del Predicador. Voy a una audiencia con el primero de entre todos los ministros, es el propio Jefe Máximo quien me invita a pasar sin recato y a eslabonarme a la cadena de oración para bendecir las actividades del día. Ahí se encuentran reunidos los dirigentes Adoradores de la Última Palabra en la Aldea, tomados de la mano, pronunciando frases para liberar de las malas vibraciones a esa oficina y a todo el Poder. Los Adoradores escribían cartas y panegíricos exorcizantes por lo que fueron aliados en las campañas de ascenso al poder aldeano supremo, ahora todos los Adoradores escriben los censos de seres vivos y están al servicio del poderoso quien les paga del presupuesto público, incluidos pastores y rebaño, para que sigan llevando a todas la chozas la prédica de la Enésima Resurrección. Ahí, en el centro de la primera oficina jerárquica, está eslabonada una cadena de comunión, eslabones de seres unidos por sus brazos entrelazados, en medio de una escenografía digna de un museo por el número de obras de arte que se exhiben en la habitación del más alto poder aldeano, producciones artísticas entre las que destaca un lienzo enorme colgado en el fondo de esa habitación, un deslumbrante óleo en que se pintó una moneda con la efigie de un César romano, acompañada de la frase de Mateo 22,15-21: Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Poco a poco salen todos los Adoradores cantando alegres, elevando sus plegarias y despidiéndose con una fervorosa expresión: Alabado seas Santo Primer Ministro y Gran Resurrecto…
Solos, él y yo, no tarda el Mandamás en preguntarme:
—¿Cómo me ves?—
Dudo en responder. Pertenezco a la pléyade Psique. Le digo —Supuse que me convocó para darme instrucciones como representante ante la Organización de la Pluriversidad.
En lo que vuelve a expresar algo, divago… Soy médico. Lo miro con detenimiento. Estoy confundido. Me pregunto: ¿se sentirá enfermo?, ¿tendrá miedo de una nueva necrosis?
Con esa pausa gano tiempo. Por si acaso, saco mi libreta donde anoto las conversaciones con mis pacientes. Vaya suerte, mi silencio surte efecto y él, que es acusado de hablar desde que amanece, vuelve a usar la palabra.
—Me siento un dios perseguido por los Sucios que rechazan los baños de pureza. Los Otros me acechan por defender al Nosotros. Son Pokemones y Picachúses oponiéndose a la Enésima Resurrección.