Pbro. Daniel Valdez García
Hermanas y hermanos este domingo de la XVIII semana del tiempo ordinario y como ya extrañaba escribir la homilía hoy también les ofrezco la versión escrita.
A lo largo de mi vida con mucha frecuencia escucho la expresión “todo va a estar bien”. Y no es algo trillado como aquello de “cuídate”. Hoy por hoy, más que nunca necesitamos la certeza de que todo va a estar bien y es prioritario cuidarse.
Todos sabemos que hay días difíciles y otros más difíciles, pero Dios no nos abandona y siempre está cerca de nosotros. Dios siempre está de nuestra parte, siempre apostando por nosotros, así lo asegura el libro de Job que les invito a leer completo. Es un libro que en este tiempo de pandemia, ya sindemia por ser crisis de crisis, ha sido mi inspiración para ver la luz al final del túnel.
Muchos sabemos que hay chicos que no quieren hacer su primera comunión ni confirmación, jóvenes que no quieren casarse por la Iglesia y niños que no quieren venir a misa. Hay personas que buscan otras experiencias espirituales y no han vivido su “encuentro con Jesucristo vivo de ojos abiertos y corazón palpitante”. Y solo son unas de las razones por las cuales me atrevo a decir que no se puede predicar a Jesucristo con cara de funeral y de gruñon, porque está vivo, resucitó y quiere que también nosotros vivamos.
Urge dejar de celebrar sacramentos como mero cumplimiento para dar el paso a la fe que Jesús pide en el pasaje del Evangelio.
El que habla sana, se los puedo asegurar. Es un aforismo que también puede decirse a la inversa, el que calla se daña. Las personas de fe auténtica siempre saben que todo va a estar bien. Y para eso me dispongo a iluminar con la palabra de Dios lo que hasta ahora he dicho de manera contundente.
La primera lectura, tomada del libro del Éxodo, nos prepara para dicho pasaje. Dios llevo por medio de Moisés a la libertad de la esclavitud en que estaban en Egipto los hebreod. Al estar en el desierto hablaron de qué necesitaban alimento. Dios hizo caer «trigo del cielo» como lo llama el salmo 77, ese alimento que aparecía por las mañanas como el rocío la gente preguntaba en hebreo «Manhú», que significa “¿qué es esto?” y de ahí que le llamarán «Maná», lo cual me recuerda a los niños y jóvenes que preguntan ¿qué es la Eucaristía» y yo respondo: “no es un qué, es quién, porque Jesús el Pan vivo bajado del cielo”.
Lo cual nos reta a hacer vida lo que San Pablo dice a los Efesios: «Despójense del hombre viejo y de su anterior modo de vida, corrompido por sus apetencias seductoras; renovados en la mente y en el espíritu y revestidos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas”.
Jesús, pues, dice a los judíos que lo han ido a buscar que no han descubierto el signo que él dio. Ellos le preguntaron: “Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?” Respondió Jesús: “La obra de Dios es esta: que crean en el que él ha enviado”.
Y de eso quiero hablar para terminar.
Jesús quiere que vivamos nuestra fe de manera consciente, que la celebremos alegremente y la compartamos de manera comprometida. Sin la fe la vida de las personas se queda en imitar, copiar y/o repetir. Solo la gracia salva, ni la ley, ni las normas, ni la ética, ni los usos, ni las costumbres, solo la fe en el Hijo de Dios.
Está bien hablar de ética, de moral, de ley; está bien luchar contra la ley del aborto y la eutanasia, pero… eso no alcanza, ni es lo “propio” que viene a traer Jesucristo: el Señor no fundó la Iglesia para que sólo se predique una moral. No alcanza la ética para salvar al mundo. Defender los Diez Mandamientos en un mundo vacío de Dios, defender la ética en una sociedad descristianizada, apóstata y llena de enemigos de Cristo, es absolutamente inútil.
Lo que hay que hacer es proclamar a gritos la Fe en Jesucristo; que sólo él , el Señor es la solución: que sólo Jesús es el Pan de Vida, y no cualquier falsa religión, ni cualquier burda forma de autoayuda.
Jesús es el único Pan que trae la Vida verdadera, para vivir en este mundo y para toda la eternidad. Jesús es el único Pan de Dios, que desciende del cielo y da la auténtica Vida al mundo. Sólo “el que viene a mí jamás tendrá hambre y sólo el que cree en mí jamás volverá a tener sed”.
Todo va a estar bien si nos abrimos a la gracia de Dios, no dejemos perder la oportunidad que nos da cada Eucaristía que es la presencia de Dios vivo entre nosotros, seamos los nuevos hombres y mujeres de fe en Jesucristo.
Amén, amén, Santísima Trinidad.