No lo niego, como médico me fascina la hora del pregón, los pregones y sus pregoneros, porque a partir de la prédica de mis pacientes procedo a auscultaciones más profundas, encefalogramas y ecografías cerebrales. Creo que la hora del pregón da para una tesis doctoral y empezaré por plantear la hipótesis en una disertación en la Academia Pluriversa de Ciencias (APC).
—Nada lo calla, el Caudillo habla, habla, habla desde que amanece— llega este mensaje de texto, anunciado por el sonoro tin del teléfono inteligente por artificio. Lo ignoro por completo. Estoy en mi propio discurso. Me imagino en el atril frente a los más destacados hombres en las artes, las ciencias y las humanidades. Diserto…
Pienso en las bondades de la acción diaria de pregonar. Mi pensamiento recorre ese lapso único en el que se oyen textos orales que hacen de la entonación un medio para subsistir, imagino un espectro amplio de individualidades parlantes, de partituras y de coros que relatan hechos comunes, voceadores que declaman versos anónimos y de celebridades, escucho seres quejosos que resaltan necesidades apremiantes y situaciones dolorosas para desempañar los espejos de las emociones donde se miran unos a otros; es el tiempo del ruego en el que vibran las voces de los relatores de sus propias penas y desgracias para que en algún corazón hagan eco, son los pedigüeños suplicantes por una moneda para gastarla en sobrevivir; es el momento de la prédica de los propagandistas que sienten o creen que algo deben expresar para ser adorados porque santo que no es teletranspotado no es venerado.
Discurro… —El pregonero nace con el ser social de la especie humana. El pregón es un bien común que viene de la necesidad de decir algo a los otros para existir; en lo cotidiano pregonar se vuelve costumbre, folclore y tradición, y en las altas tribunas de la prédica, subido en el podio simbólico del poder público, pregonar es un ritual que se constituye en una institución, es la piedra angular de toda la construcción del poder que define el estilo de empoderarse y describe al poderoso en turno; eso es lo que conceptualizamos como la hora del pregón—. Bebo agua.
Expongo… —En la hora del pregón se escucha un alarido a la vez y un grito multitudinario al unísono; en ese momento, comunicar es algarabía, comercio, conmemoración, convivencia, fiesta, griterío, jolgorio, verbena popular y en el clímax del civismo, en la plaza pública ocupada por miles de gargantas sinfónicas, en el Día de Celebración de la Gran Resurrección, el pregón es el grito de los liberados dispuestos a seguir sublevándose contra los colonizadores—. Hago una pausa para preparar el cierre de la ponencia.
Declaro… —En la hora del pregón, al estruendo de la diversidad se sobrepone la voz única del padre fundador de la aldea que, en la figura de Jefe Máximo, encarna a todos los héroes y heroínas de la historia con todas sus contradicciones ideológicas y morales. En esos minutos eternos, el mandamás de la aldea es el centro de cualquier mirada y escucha, es la proyección de la imagen de un mártir perseguido por sus enemigos ocultos en las sombras, es el crucificado que se enorgullece de haber sido sacrificado y haber resucitado de entre las cenizas del martirio; es El Predicador que proclama la independencia y la libertad, desde el pedestal oficial declara la igualdad de sexos, pide comulgar con la fraternidad universal unívoca, convoca a adorarlo y alabarlo porque jura y promete que posee todas las cualidades de arrojo y valentía, todas las virtudes cívicas y éticas de los dioses y los seres puros y sin mancha que hayan existido—. Concluyo.