A múltiples problemas se enfrenta la administración del presidente López Obrador en medio de la crisis de Covid-19, algunos producto de las propias circunstancias inherentes a la pandemia y otros más resultado de su raquítica respuesta ante la misma.
En primer término, el volumen de contagios, la falta de pruebas rápidas y el índice de mortalidad, nos ubican dentro de los países donde más descontrol hay respecto de lo que ya podemos nombrar como una catástrofe nacional. Al día de hoy hemos rebasado al segundo país más poblado del mundo (India) en número de muertes por Covid-19, lo que nos coloca en el deshonroso tercer lugar mundial. Lo anterior, según datos de la Universidad de Washington, se tradujo en que al término del mes de enero, uno de cada once fallecidos en el mundo en ese periodo, fue de nacionalidad mexicana.
Por otro lado, la obtención de las vacunas también ha sido ineficaz y han empujado al gobierno a comprar marcas que todavía hace un par de días, no estaban completamente avaladas en sus tres primeras fases (Sputnik V) y ni siquiera aprobadas por la autoridad mexicana (Cofepris), creando así un ambiente de confusión y miedo que en nada abona al éxito de la campaña nacional de vacunación, que por cierto, también está muy lejos de alcanzar los objetivos que ellos mismos se habían planteado. De acuerdo a informe del banco suizo UBS, de los 53 países que ya iniciaron la vacunación, nuestro país se encuentra en el lugar 49, lo que ha puesto en evidencia la inoperancia de la actual administración federal.
A propósito de dicha campaña, el diseño también ha sido un despropósito; desde la priorización de poblaciones rurales (con menos probabilidades de contagio) hasta las más de 20 mil unidades utilizadas para inmunizar a personal docente en el estado de Campeche, sin pasar por alto a los también recientemente nombrados “servidores de la nación”.
Este nuevo cuerpo político es una muestra fehaciente de que la máxima napoleónica (no maquiavélica) “el fin justifica los medios” es la medida con la que el gobierno instrumenta sus políticas y acciones de gobierno. Lamentablemente para todos nosotros, el fin al perecer, no es inmunizar a la mayoría de la población, sino orientar de forma irresponsable las vacunas hacia los votos.
Así pues, cada una de las 870 brigadas contempladas es la estrategia de vacunación, está integrada por 12 elementos; 4 elementos de las fuerzas armadas (para garantizar la seguridad) 6 servidores de la nación y 2 elementos de personal médico (aplicadores de vacuna).
Dentro de los manuales operativos, los servidores de la nación son descritos como “auxiliares” en el proceso de vacunación, sin embargo, serían mejor definidos como operadores políticos de la 4T.
Lo realmente grave, es que dados los mediocres objetivos de vacunación que se expresan en 700 mil vacunados al mes (esto asumiendo la tenencia de las dosis) los operadores políticos de la 4T representan no sólo un abuso sino un estorbo para la logística de la campaña de vacunación.
Como espejo de lo utópico, vimos que Joe Biden ya presentó su ambicioso plan de vacunación; 100 millones de vacunas en 100 días, es decir, un millón de vacunas diarias. También vimos a Boris Jonson aceptar su responsabilidad por liderar políticamente al país más infectado de Europa.
Acá, en el show de las 6 de la mañana, la secretaria de gobernación afirmó la semana pasada que la epidemia esta controlada y en franco descenso. No cabe duda que siguen pensando que el pueblo es bueno, cuando cada vez es más visible que los buenos son ellos.
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El autor es maestro en políticas públicas por la Universidad Panamericana, actualmente se desempeña como consultor político y ha ocupado cargos directivos en el sector público, la iniciativa privada y en los medios de comunicación.*