Paquita la del Barrio, Chelis, Pato Zambrano, El Bofo, Vicente Fernández Jr., “El abuelo”
Cruz, Ernesto D’alessio, Carlos Villagrán (Quico del Chavo del 8), Místico, Blue Demon o
Alfredo Adame. Famosos del ámbito del espectáculo y el deporte catapultados de repente
por partidos políticos desesperados para formar parte de la LXV Legislatura que parecerá
cartelera del teatro Fru-Fru en sus buenos tiempos, sin contar a los próceres que arribaran
vía la tómbola para convertir al recinto de San Lázaro en un show y no como debería, en
un pilar de la república, los contrapesos y la división de poderes.
La designación de estos personajes por parte de los partidos políticos tiene la única
finalidad de recoger votos y mostrar candidatos que eleven sus encuestas y evitar así la
pérdida del registro y con ello, el jugoso uso de recursos públicos que le ordeñan al erario.
Con cargo al voto irresponsable de los ciudadanos, sobreviven organizaciones políticas
que en el colmo de la frivolidad no aportan nada al país y ponen en riesgo la funcionalidad
de uno de los poderes de la unión.
No digo que entre alguno de estos candidatos existan genuinos luchadores sociales
preparados para representar a su gremio y ciudadanos, algunos ya lo han hecho en el
pasado, está el caso de la actriz María Rojo, que promovió e impulsó iniciativas en favor
de los derechos laborales de su gremio. Del otro extremo, hace unos días Paquita la del
Barrio dijo con toda honestidad “yo no sé a qué vengo, pero me van a ayudar”, y se dio
tiempo para cantar unas canciones deleitando a la estructura de su nuevo contratista.
Al final, la irresponsabilidad de los partidos es el reconocimiento de un fenómeno que no
podemos dejar de lado: la gente está harta de la clase política y, por ende, todo lo que se
aleje de ella es mejor, por lo que si el país tiene que convertirse en un circo pues ahí están
las celebridades. Esta realidad obliga a que se vuelva a prestigiar el servicio público, a que
el ejercicio de la política sea lo que debe ser y no un espectáculo en el que todos los días
los ciudadanos se decepcionan por las ocurrencias, la frivolidad, la incapacidad o la
corrupción de quienes gobiernan.
Recuperar el prestigio de ser servidores públicos debería ser una tarea urgente en un país
de 126 millones de personas que, entre otras cosas, necesitamos más que nunca de
gobernantes y funcionarios que con mérito, capacidades, experiencia y valores, encabecen
la gran tarea de dar a México lo primero que merecemos tener los ciudadanos: un buen
gobierno.
Dignificar el espacio público será complejo si esperamos que suceda desde las entrañas y
los recovecos del gobierno y las instituciones políticas. El voto sigue siendo la mejor
vacuna contra la irresponsabilidad de los partidos y las personas; el sufragio sigue siendo
la mejor medicina contra la frustración natural del ciudadano que no encuentra alternativas viables en la boleta, cuando los nombres y los partidos no coinciden en
valores, cuando los nombres no tienen nada más que fama, o cuando los partidos no
tienen más oferta que hacer vistosos comerciales o canciones pegajosas.
El futuro de México nos lo estamos jugando todos los días, por lo que más allá de filias y
fobias, mientras no tengamos a los mejores mexicanos al frente de la toma de decisiones
sobre el bienestar colectivo, seguiremos en este marasmo en el que sólo los ciudadanos
tenemos el poder de evitar que nuestro voto se convierta en el boleto de entrada al teatro
de la irresponsabilidad colectiva.