En los cuatro años del gobierno del presidente Trump la siempre compleja agenda ante Estados Unidos y México se redujo a solo un tema: detener el flujo de la migración centroamericana.
El presidente López Obrador en esta materia concedió todo lo solicitado por el mandatario estadounidense y puso a la recién creada Guardia Nacional (GN) a detener a los centroamericanos en nuestra frontera sur y norte.
Con esta decisión del mexicano, el estadounidense se sintió satisfecho y en estos dos años en los que coincidieron en la presidencia no hubo mayores conflictos.
López Obrador nunca protestó por la construcción del muro y tampoco por los constantes insultos de Trump a México y a los migrantes mexicanos, que incluso ponían en juego su seguridad.
En México los simpatizantes del presidente califican su actitud sumisa ante el estadounidense como una genialidad de política exterior. Si otro mandatario hubiera tomado esta posición lo habrían acusado de traición a la patria.
Incluso el mexicano se prestó al juego electoral y en plena campaña presidencial en Estados Unidos se hizo presente en visita oficial a Washington. Es el único viaje que ha realizado al extranjero.
Como algunos internacionalistas lo han planteado la relación entre el presidente de Estados Unidos y el mexicano no fue de respeto sino de sumisión por parte de éste.
El último acto de subordinación fue dar crédito a las denuncias de fraude electoral por parte de Trump y no reconocer de inmediato, como lo hizo la comunidad internacional, al candidato ganador el demócrata Jon Biden.
En los dos años que coincidieron Trump y López Obrador la muy compleja agenda de la relación entre Estados Unidos y Mexico quedó reducida solo al tema migratorio. El estadounidense impuso su posición.
El otro tema de la agenda, que era el tratado de libre comercio en los términos que quería el estadounidense, le tocó negociarlo al gobierno del presidente Peña Nieto en los dos últimos años de su gestión.
Al simplificar al mínimo la agenda, de la siempre compleja relación entre los dos países, se ha perdido mucho tiempo en hacer frente a temas fundamentales de interés mutuo.
Están ahí, entre otros, sin duda la migración y la condición de los mexicanos en Estados Unidos, pero también el narcotráfico, el mercado de las armas y el lavado de dinero en el sistema financiero de nuestro vecino del norte.
La protección del medio ambiente, los mecanismos que faciliten el tránsito, en una frontera común de 3,200 kilómetros, y los intercambios educativos y culturales.
El respeto a los derechos humanos en uno y otro lado de la frontera. El impulso a la inversión privada. La política energética compartida, que implica el impulso a las energías limpias y renovables.
En la basta agenda del nuevo presidente de Estados Unidos, Jon Biden, de inmediato la relación con México no será una prioridad. Tiene muchos temas internos que resolver, pero sí en el mediano plazo.
La agenda de Biden con México es más o menos evidente, se enmarca en lo que ha sido la política de los demócratas, en particular en el periodo del presidente Obama del que fue su vicepresidente.
Queda por ver cuál es la agenda de López Obrador y también cuál su interés y disposición en dar toda la dimensión que requiere a la relación entre los dos países.
Twitter: @RubenAguilar