Como cada noche, mis hijos ya en su cama esperan con ansia que su padre les cuente un cuento. La pandemia, tan dañina para la economía y la salud de la sociedad, cuando menos me ha liberado la agenda social que me permite estar en casa cuando mis niños se acuestan.
Hemos transitado desde las aventuras imposibles del Principito hasta las andanzas medievales de Don Quijote de la Mancha, pasando por una infinidad de historias infantiles clásicas. Al final de cuentas, el cuento es lo de menos, es el pretexto para instalar en sus subconscientes el hábito de la lectura y forjar una sana convivencia. Como diría Juan de Dios Peza en su poema Este era un rey: “¡Oh Juan! Me alegra y me agrada tu movilidad tan terca, te cuento por verte cerca y no por contarte nada”.
Sin embargo, hay cuentos con gran mensaje que conocimos desde niños, que echaron a volar nuestra imaginación, pero no captamos su esencia real por carecer de una mente madura. Es el caso de El mago de Oz, última historia que les narré a mis pequeños. Ellos se quedaron fascinados por lo fantástico de la historia y lo inverosímil de sus personajes. Yo, por la magistral forma de Lyman Frank Baum, su autor, para transmitir una lección tan importante.
Peza dice en ese mismo poema que “los cuentos para los niños no requieren de argumentos”. Es cierto, cuando se trata de entretener por entretener o convivir por estrechar lazos filiales. Pero si adicionalmente la historia lleva una moraleja, estaremos ganado por partida doble.
Dorothy, la niña que repentinamente se encuentra perdida en un mundo extraño, sigue el camino amarillo para encontrar al poderoso mago de Oz quien, le dijeron, era la única persona que la podría regresar a su hogar. En el camino se le suman el Espantapájaros, que quería un cerebro; el Hombre de Hojalata, que añoraba un corazón y el León Cobarde, que buscaba valentía.
Al llegar con el mago y después de satisfacer su condición de acabar con la última bruja malvada que quedaba en el reino, descubren que es un farsante y sus supuestos poderes eran fruto de ilusiones ópticas y de una fama construida con engaños. Aún así, le exigen que cumpla con su palabra.
El Mago, no sería mago, pero sí sabio. Al Espantapájaros le rellenó la cabeza con una masa pesada, a base de clavos; al Hombre de Hojalata le instaló un corazón de seda con un reloj dentro, con el tic tac simulando los latidos; al León Cobarde le hizo beber un brebaje falso y le otorgó un título por su coraje.
Con ello, los personajes adquirieron inteligencia, nobleza y valentía, respectivamente. Esos sentimientos no provenían de ningún otro lado mas que del interior de ellos mismos. Siempre habían estado ahí, lo único que hizo el Mago fue darles confianza y sacarlos a flote.
Todos tenemos virtudes y cualidades en nuestro interior, a veces solo necesitamos un Mago de Oz que nos haga creer. Encontrémoslo y dejémonos llevar por su magia.