En los albores del siglo XX México fue testigo de la primera revolución social de la centuria, el motivo; derrocar al régimen de Porfirio Díaz y convocar a elecciones libres y democráticas. Además, la insurrección buscaba establecer condiciones de igualdad y redistribución de la riqueza en un país de profundos contrastes.
La sociedad previa a la Revolución vivía graves rezagos. Existía una gran desigualdad social marcada por un crecimiento económico que estaba en manos de unos cuantos. Los campesinos eran maltratados y discriminados, sus tierras fueron expropiadas y quedaron en manos de unos pocos empresarios y terratenientes extranjeros.
Se generaron enormes latifundios de los cuáles sólo unos pocos se beneficiaban, por lo general explotando a la población campesina que antes los había poseído. Solo un pequeño porcentaje de los terrenos estaba en manos de sus antiguos propietarios.
También la censura era un elemento habitual que contribuyó al estallido de la Revolución Mexicana. Huelgas y protestas eran rápidamente reprimidas con gran violencia. Además de ello la prensa y los medios no podían manifestar opiniones o datos contrarios al gobierno.
La Revolución dejó grandes heridas, pero la unión de la sociedad permitió dejar atrás el encono y las disputas siguiendo un único propósito: mejorar las condiciones de vida de la mayoría mediante diversas reformas, entre ellas, una nueva Constitución y el fomento al sindicalismo y la educación, que modificaron el statu quo que prevaleció varias décadas.
Han pasado 110 años del inicio de la Revolución Mexicana, un suceso que marcó al país y al resto del orbe. Claro está que México y el mundo no son los mismos, no obstante, algunas inercias siguen presentes. La sociedad occidental presume el abrazo a las democracias que inundó la agenda del siglo pasado, sin embargo, ello no se tradujo en la equidad y prosperidad que se esperaba: la desigualdad y la inestabilidad institucional, persisten.
Hoy día, nuestro país atraviesa por un cambio de régimen que se ha definido a sí mismo como la “Cuarta transformación”. Se ha definido así tomando como referencia tres sucesos importantes: La Independencia, Las Leyes de Reforma y La Revolución. Tal cual lo fueron en su momento los tres episodios o “transformaciones” que vivió el país en el pasado.
Ciento diez años después debemos recuperar el espíritu de unidad y progreso que se ha ido perdiendo en medio de las discusiones y el debate político actual de nuestro país, que parece descansar en la confrontación constante. Un discurso que no permite ver los distintos tonos de gris y con ello se cae en la falsa dicotomía de lo blanco y lo negro: el juego se juega así, o estás conmigo o estás en contra.
Esto no es cosa menor. No es exclusivo de México o de la esfera política. El ambiente de extrema polarización de las sociedades actuales se respira en casi todos los ámbitos de la discusión pública, qué decir de lo que se vive en redes sociales, donde el beneficio del anonimato propicia verdaderas batallas que, en lugar de alimentar el diálogo, sólo incentivan el insulto y el odio.
Tenemos que encontrar la forma en la que nuestras diferencias, por más profundas e irreconciliables que parezcan, converjan y dialoguen en un mismo camino; tenemos que aprender a ser más empáticos y a entender que la circunstancia de cada cual es distinta; tenemos que aprender a intercambiar ideas y puntos de vista con respeto hacía el otro, sin imponernos y sin tratar de ostentar siempre la verdad.
Nuestro debate público y privado no puede -y no debe- reducirse a descalificaciones relativas a nuestro origen social, color de piel, nivel socioeconómico o postura ideológica. La cuestión no puede seguir siendo algo tan decimonónico como liberales versus conservadores, o pobres contra ricos. Esto no tiene por qué ser una lucha. El punto no es combatir entre nosotros, el punto es trabajar por una causa común que nos beneficie a todos.
El espíritu de La Revolución Mexicana era el de la justicia y la equidad, ese debería y debe seguir siendo el leit motiv del debate público. No el odio, no la división, no el rencor. Si algo positivo deja la historia, es el registro de todo lo bueno y lo malo que acontece a una sociedad, aprendamos de ello, unidos, con nuestras diferencias.