Se aproximan fechas importantes para los mexicanos y con ellas se incrementan los riesgos para nuestra sociedad. La principal de ellas es la del Día de Muertos, el 2 de noviembre. Desde épocas precolombinas nuestros ancestros celebran a los fieles difuntos ese día. Como complemento, un día antes festejamos a “Todos los Santos”, y un día anterior a éste, la Noche de Brujas que, aunque costumbre de nuestro vecino del norte, ha permeado en nuestra cultura por lo atractivo que resulta a los niños.
Aunque no parezca, las tres efemérides están íntimamente relacionadas. La Noche de Brujas es una costumbre de hace muchos siglos que proviene de los países europeos con ascendencia anglosajona, la cual daba por terminado el ciclo agrícola y la bienvenida al nuevo año celta. Se creía que en esa fecha se abrían las puertas del inframundo y quedaban en libertad los espíritus malvados, a los que habría de engañarse portando un disfraz.
El imperio romano, cristiano desde la época bizantina, promovió la erradicación de las festividades paganas y las fusionó con la celebración católica del Día de Todos los Santos, que habría de instituirse un día después, el 1º de noviembre. De hecho, la palabra Halloween es una derivación de “All Hallows’ Eve” (Víspera de todos los Santos).
Y éste es precisamente el punto de unión con el Día de Muertos, celebrado por los mexicanos un día después. Por ser una tradición pagana, los evangelizadores españoles, al darse cuenta de la imposibilidad de erradicar del subconsciente colectivo de los naturales el culto a sus dioses de la muerte y sus creencias en cuanto al destino de las almas al abandonar este mundo, actuaron como los romanos en su momento: la adaptaron a la celebración católica más parecida, la del Día de Todos los Santos.
Tradicionalmente estas fechas son para nosotros días de fiesta. Aunque homenajeamos a nuestros seres queridos que ya no están entre nosotros, no lo hacemos con tristeza ni solemnidad, sino con júbilo y verbenas. Instalamos hermosos altares, les componemos “calaveras” jocosas y los visitamos en los cementerios, llevándoles muchas veces su comida preferida y su música favorita. Durante la Noche de Brujas, los niños abarrotan las calles, disfrazados ingeniosamente, en busca de golosinas.
Esta será la primera ocasión que vivamos estas festividades en pandemia. La amenaza de contagios fatales no solo continúa, sino que arremete. Debemos ser conscientes de ello y actuar con responsabilidad. Celebrar la muerte poniendo en riesgo la vida es un sinsentido de proporciones enormes.
Aprendamos la lección de lo sucedido el Día de las Madres: bajamos la guardia y los contagios y los decesos se multiplicaron. Estoy seguro de que en esta ocasión nuestros seres queridos que se nos adelantaron en el camino entenderán las razones para no visitarlos. En su lugar, hagamos una oración por el descanso de su alma desde casa y en familia, y limitemos la movilidad de nuestros hijos a su círculo de convivencia habitual.
Vivamos estas fechas sin riesgos. Celebremos a la muerte, pero no le abramos la puerta de nuestra casa ni adelantemos su llegada.