Entre bromas, Donald Trump ha echo en sus últimos mítines, un ruego hacía las mujeres sabiendo que ese segmento de la población es clave en las elecciones del próximo 3 de noviembre.
“¿Puedo pedirles un favor? ¡Mujeres de los barrios residenciales! ¡¿Puedo por favor gustarles?!”.
Amelia Miller se siente insultada derivado de que el presidente pida el voto de mujeres como ella. “Pero será el último”, asegura con determinación. Miller, de 53 años, haora se arrepiente de no haber dado su voto a Hillary Clinton en las elecciones anteriores, por haber creído que un hombre de negocios ajeno al “sucio” mundo de la política de Washington podría darle un vuelco al país. “El vuelco se lo ha dado, de eso no hay duda”, ironiza esta profesora de Teología que dejó la enseñanza para dedicarse a sus dos hijos, ahora ya mayores.
Ni Miller ni sus amigas se identifican con la América de Trump. No es su América. “Y cuatro años más de este presidente pueden dejar al país al borde del abismo”. Es la opinión de Donna Hall y de Evelyn Nguyen, que aunque cree que el país tiene unas instituciones lo suficientemente sólidas como para sobrevivir a un segundo mandato de Trump, “la herida en lugar de sanar se haría más profunda, iríamos hacia atrás”. De todas ellas, la única que no votó por Trump fue Heather Moore, aunque tampoco lo hizo por Clinton. Moore, de 51, votó por el candidato del Partido Libertario, un desconocido Gary Johnson.
Hay tres cosas que estas cuatro mujeres tienen en común. La primera: su rechazo a Clinton en 2016. “No me gustaba, aunque visto lo visto, quizá hoy la echo de menos”, dice Nguyen. Puede que en un futuro las bibliotecas de las universidades estén llenas de tomos de tesis doctorales sobre el rechazo, incluso odio, que la antigua primera dama produjo en muchas mujeres.
El segundo elemento que une a estas mujeres es que casi todas ellas votaron a Trump y hoy están muy arrepentidas. Hablan de “penitencia”. “Si yo hubiera sabido que…”. Y el tercero, que están todas movilizadas para evitar que Trump vuelva a ser presidente de Estados Unidos y piden el voto para Joe Biden.
“Me paso el día haciendo llamadas para pedir el voto por Joe”, explica Hall, que tiene mucho tiempo libre desde que el último de sus hijos se fue a la universidad. Hall viene de cargar su coche de carteles con el nombre de Biden y Harris para colocar en los jardines de las urbanizaciones cercanas.
Ninguna de estas mujeres se ha convertido en una apasionada del Partido Demócrata pero tienen claro que “cualquiera es mejor que Trump”. Todas forman parte de un nuevo universo que está carcomiendo al partido de Abraham Lincoln. Son los conocidos como Votantes Republicanos Contra Trump.
Este rechazo no existía en 2016, cuando los sondeos señalaron que el 52% de las mujeres blancas daban su aprobación al magnate neoyorquino frente al 4% del voto negro femenino o el 25% de mujeres latinas. Fueron las zonas residenciales las que propulsaron la victoria de Trump, con las encuestas asegurando que ganó en esas áreas por un margen de cuatro puntos. Hoy, en los llamados Estados pendulares, los sondeos indican que el mandatario ha perdido el apoyo de estas votantes. Biden aventaja en 23 puntos a su rival en el respaldo de las mujeres de las urbanizaciones periféricas en esos Estados, según un sondeo reciente del diario The New York Times y Siena College.
Entre los candidatos, la carrera está casi igualada. Solo existe un voto femenino que parece incondicional al presidente Trump, el fenómeno conocido como las ‘Karen’. Término popularizado para referirse a un tipo muy concreto de mujer blanca de clase media que cree que sus privilegios en la vida le dan derecho a comportarse de una manera déspota. Un ejemplo podría ser la mujer que hace unos meses llamó a la policía en Nueva York porque un hombre negro le recriminaba que no llevara atado al perro en Central Park y eso le hacía sentirse, a ella, amenazada. O la mujer que no duda llamar al encargado del restaurante para denigrar al camarero.
Los comentarios de Trump respecto a las mujeres han sido habitualmente calificados como vulgares y machistas. Las mujeres que le critican o tienen posiciones distintas como rivales políticas son consideradas a sus ojos “desagradables”. Y tras enfermar de coronavirus, el republicano regresó a la campaña ofreciendo “besos a las mujeres hermosas”. Sí juega en su contra, sin embargo, la gestión de la pandemia, la cual ha provocado una caída de la participación de las mujeres en el mercado laboral, ha forzado a muchas de ellas a lidiar con las facturas médicas y a hacer frente a la educación a distancia de sus hijos.
“A las mujeres de la periferia les digo que sé que les gusta la política que hago, pero no mi personalidad”, repitió sin cesar el presidente en un mitin en Georgia. “Y yo les digo que no se preocupen por mi carácter y tengan en cuenta que yo he conseguido que estén seguras”. Ese es el mantra de Trump: un mensaje de ley y orden que garantice a esas mujeres privilegiadas que sus casas con perfecta valla blanca no vayan a ser asaltadas por activistas antisistema de Antifa o manifestantes que claman a favor de los derechos de los negros.