Una ágil serpiente, cuenta una conocida fábula, iba tras de una luciérnaga con el propósito de aniquilarla. Tras de angustiosos momentos de desesperada huida y haber agotado sus fuerzas, el rutilante insecto finalmente se dio por vencido.
-Ya que has de acabar con mi vida, creo que tengo derecho a hacerte tres preguntas como último deseo. -Le solicitó el indefenso animal a su predador.
-Pues no acostumbro a hacer ese tipo de concesiones, pero despertaste mi curiosidad. Dime, ¿qué quieres saber?
-Primero: ¿formo yo parte de tu cadena alimenticia?
-No realmente. De hecho, me alimento de pequeños mamíferos, principalmente roedores. Básicamente esa es mi dieta.
-Segundo, -prosigue la luciérnaga- ¿qué te he hecho para que me persigas con tanta inquina?
– Nada. -Responde tajante el reptil.
-Por último: entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo? –ruega saber el indefenso insecto volador.
– Y responde la víbora: ¡Porque no soporto verte brillar!
Desgraciadamente este comportamiento no se circunscribe exclusivamente al reino animal. De hecho, es ahí donde menos sucede. En ese espacio de la naturaleza se vive en simbiosis y en armonía. Los animales solo atacan para defenderse o alimentarse, siguiendo ciertas reglas que garantizan el equilibrio natural.
No es el caso de los seres humanos. La historia de la humanidad es pródiga en ejemplos de embestidas orquestadas contra personajes brillantes, por el simple hecho de ver lo que los demás no veían, de ser más inteligentes o de estar adelantados a su tiempo.
Sin embargo, las naciones más avanzadas han logrado su éxito gracias a un cambio de actitud. Han podido vencer el egoísmo, la envidia y el individualismo, sentimientos propios de la naturaleza humana, y los han sustituido por los de solidaridad, pertenencia, orgullo y patriotismo. Los habitantes de esos países no solo han aprendido a perdonar el éxito ajeno, sino se han desarrollado bajo la premisa de que “si le va bien a uno de los nuestros, nos va bien a todos”.
Es momento de pensar fuera de la caja. De apoyar a nuestros emprendedores o convertirnos en uno de ellos. Dejémonos de perseguir luciérnagas. Mejor aprovechemos su luz que alumbra el camino a todos por igual. Cuando así logremos hacerlo, se iluminará para todos el sendero del progreso, el desarrollo y el éxito.