En los últimos 31 años, el mundo se ha reiniciado, al menos, tres veces. Cuando cayó el Muro de Berlín, una parte del mundo se desgajó para siempre. Cuando las Torres Gemelas en Nueva York fueron derribadas, el mundo que conocíamos también se hizo polvo. A partir de entonces, el mundo ha rozado varias veces el botón de reinicio –la guerra en Irak, la crisis financiera del 2008, la primavera árabe– pero sin tocarlo definitivamente… hasta que el 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud lo presionó con fuerza al anunciar que el virus COVID19 se había vuelto pandemia.
Desde entonces, el consenso global es que un nuevo mundo surgirá en automático cuando el enemigo sea vencido. Yo no lo creo. Estoy convencida que el nuevo coronavirus no cambiará algo. Me explico:
La lucha del mundo contra la pandemia del COVID19 se parece mucho a la pelea global contra otra pandemia: la trata de personas. Ambos son padecimientos que avanzan a gran velocidad en casi todos los países del mundo, cuestan miles de vidas al año, tienen un altísimo costo económico y no distinguen sexo, edad o estatus social de las víctimas. Al igual que el virus, los tratantes de personas se meten bajo la piel y mutan para sobrevivir. Pero si algo hemos aprendido quienes estamos en esas batallas es que, para ganarles, la clave está en reiniciar y empezar desde cero.
En 2007, tras años de remedios a medias, México creó su primera “vacuna” contra la pandemia de las niñas que eran enamoradas en sus pueblos y luego forzadas a prostituirse: la “cura” se desarrolló, como la primera ley contra la trata de personas en el país.
Sin embargo, las secuelas eran demasiado profundas. El “virus” de la trata de personas había dejado a miles de mujeres damnificadas en el país. A algunas, incluso, las dejó en la calle, así que ese mismo año en México se inició, desde cero, Fundación Camino a Casa, el primer refugio para víctimas de este delito.
Dos años más tarde, la trata de personas había desarrollado resistencia a la primera “vacuna”. Pese a los esfuerzos, la epidemia seguía visible por todo el país: desde vecindades y cantinas hasta hoteles cinco estrellas y antros de lujo, la explotación sexual se expandía enfermando principalmente a mujeres y niñas.
Así que, otra vez, empezamos con una hoja en blanco: en el año 2009 –el de la pandemia de la influenza AH1N1– pasé del activismo a mi primera y única experiencia como diputada. De pronto, yo era una novata legisladora al frente de trabajos para borrar la ley de 2005 y arrancar una cuenta nueva con la actual ley general contra la trata de personas.
Aquel esfuerzo gigantesco que se logró con la unanimidad de la 61 Legislatura nos dio la esperanza de reiniciar la lucha con un tratamiento agresivo frente a la “enfermedad”: logramos cerrar más giros negros que nunca, alcanzamos una cifra récord de personas detenidas y obtuvimos un número histórico de sentencias condenatorias. Sin embargo, los mejores resultados de nuestra nueva estrategia sería la inédita cantidad de víctimas a las que pudimos aliviar de los terribles dolores de la explotación humana.
Para 2016, la primera línea de batalla contra el “virus” de la trata de personas había crecido. En Comisión Unidos Vs. la Trata presionamos el botón de reinicio y dimos paso a una nueva generación: las “dadas de alta” de la prostitución forzada ahora ayudan a aliviar a otras. Aquel año, la revista Forbes dio un giro histórico y reconoció a 5 supervivientes –Karla de la Cuesta, Karla Jacinto, Madaí, Neli y Pamela– como parte de las 100 mujeres más poderosas de México.
Un año más tarde comenzamos, otra vez, desde cero para no darle tregua a la “infección” y edificamos el primer refugio exclusivo para varones víctimas de trata de personas. Gracias a esa experiencia en 2020, a pesar del COVID19, vamos a hacer otro proyecto inédito y fundaremos la Red Nacional de Refugios con 32 casas para víctimas de trata de personas en todas las entidades federativas de México.
Pero para sacar adelante un proyecto así, como todos los anteriores, necesitamos de la colectividad. En eso también se parece la lucha contra el COVID19 a la batalla contra la trata de personas: a ninguna pandemia se le gana con esfuerzos individuales; solo un ejército de aliados puede triunfar en una batalla de estas dimensiones. Y hasta el momento la hemos ganado gracias a la aportación solidaria de muchos empresarios que cada año donan generosamente para vacunarnos con este “virus”.
Sin embargo, este año el COVID19 ha mermado su posibilidad de aportar a estos proyectos. Sus negocios peligran con la crisis económica, al igual que la subsistencia de sus empleados. La pandemia amenaza el esfuerzo que hemos construido a lo largo de los años. Pero lo que el nuevo coronavirus no sabe es que nosotros somos veteranos en esta batalla y que tenemos los mejores anticuerpos: la solidaridad de la sociedad mexicana.
Hoy la esperanza de Comisión Unidos Vs. la Trata, y la de miles de activistas contra la explotación humana alrededor del mundo, está puesta en las pequeñas aportaciones de los ciudadanos de a pie, en lugar de las grandes y generosas donaciones de los empresarios. Nuestra “vacuna” se construirá con 50 pesos o 100 pesos que salgan del bolsillo de la gente que no dejará solas a las víctimas: la joven que necesita un techo para vivir lejos de su tratante y la niña que era prostituida por su mamá y a quien nosotros le hemos prometido no fallarle.
Por eso, yo creo que ningún nuevo mundo surgirá en automático cuando todo esto pase. Sí, el nuevo coronavirus cambiará al mundo, pero no es suficiente. Al fin y al cabo, es un enemigo minúsculo y nuestra solidaridad es enorme.
Los que cambiaremos al mundo, cuando todo esto acabe, seremos nosotros. Porque si algo hemos aprendido peleando contra pandemias es que cosas maravillosas suceden cada vez que estamos en situaciones adversas.
Y pasan cuando todos juntos empezamos desde cero.
Twitter: @RosiOrozco