Donald Trump tiene al mundo consternado con la imprudencia, xenofobia y retórica polarizante de sus tuits. Es su forma de operar. Consiste en construir un “by-pass” a los medios, imponiéndoseles en el cliclo noticioso, con tres objetivos básicos: 1) imponer la agenda informativa alrededor de la mentira, el escándalo o la escandalizacion de sus comentarios, calculados para galvanizar y movilizar sus bases, así como confundir al país con propósitos políticos; 2) introducir distracciones en el bloque de noticias cuando este le es adverso; y 3) poner a prueba, con globos de ensayo que le permiten medir si es el momento o se puede avanzar (o hasta dónde puede avanzar) con su ruta populista y nativista, el tablero electoral.
Con sus trinos en la red social del pajarito, Trump crea un problema y, si encuentra resistencia en las encuestas o ve que la movida no le salió bien, se saca de la manga una distracción, que suele ser otra polémica. Tambien puede ocurrir que, sencillamente, deje el problema atrás, incluso mintiendo, afirmando que lo resolvió o negando haber dicho lo que dijo. Este expediente arranca aplausos entre sus fanáticos, pero lo deteriora en las encuestas. En un primer momento, genera un saldo positivo dentro de la burbuja de sus seguidores en la realidad virtual de las redes socales, e incluso logra dominar recurrentemente las noticias al mantener su imagen en primer plano. Pero en la realidad constatable, la que siempre termina por imponerse, el problema sigue ahí, manipulado, pospuesto, pero palpitante…
Un ejemplo lo tenemos en la tensión con México sobre comercio e inmigración. Trump afirmó que se había salido del NAFTA para básicamente retomarlo con algunas enmiendas que las partes venían negociando. Es decir, de forma gatorpardiana dijo que estaba cambiando todo para no cambiar nada. Con idénticas maneras, ahora con el asunto migratorio, dijo haber llegado a un acuerdo con López Obrador para detener el flujo de migrantes centroamericanos hacia los EEUU, reescribiendo el mismo acuerdo imposible de cumplir, con años de vigencia, y anunció que había establecido un pacto con Guatemala para su territorio fuera el tercer estado seguro donde podrán migrar quienes huyen de la violencia en El Salvador u Honduras. A los pocos días, y tras las elecciones presidenciales de Guatemala, el nuevo Presidente dijo que ese acuerdo no era de posible cumplimiento sin compensaciones económicas por parte de EEUU. Además de que los especialistas de derechos humanos sostienen (y podrían comprobarlo judicialmente) que, a efectos de una petición de asilo en los EEUU, Guatemala no es un tercer estado seguro. En fin, quienes lo siguen tienen la ilusión de que el problema que el propio Trump creó está resuelto. El asunto queda así ante la opinión pública sin mayor seguimiento, porque cuando nos damos cuenta ya estamos en otra “twitter-tormenta”, creada por el mismo autor.
La cuestión rebasa lo político y entra en el terreno de lo económico. Por supuesto, con lo electoral en mente. Trump repite a diario que la economía estadounidense atraviesa el mejor momento de la historia. Falso. Los economistas lo saben y lo sustentan, pero en forma defensiva. Entretanto, se repite hasta el cansancio que la economía está bien. Y en realidad lo está, pero porque trae el impulso de crecimiento con que la dejó el presidente Obama. Puede llegar un momento, no lejano, en que no esté bien, porque las políticas de Trump: guerra comercial o arancelaria con China, conflictos con México, así como la rebaja de impuestos a los sectores más pudientes y a las grandes corporaciones, ya dejan ver como resultado distorsiones graves, una desaceleración económica (con impacto en la creación de nuevos empleos); un creciente déficit fiscal, que ya se monta en 4,5% del PIB (de 2,8% donde lo había dejado Obama). Pero eso no es todo. Hay un impacto adicional: la volatilidad de los mercados de capital.
Hace unas dos semanas, el ex-gobernador de Virginia, Terry McAuliffe, declaró: “Obama dejó la economía en orden y expandiéndose con oportunidades para todos. Trump nos está ‘tuiteando’ hasta las puertas de una recesión”. Tiene razón McAuliffe. Pero, dando un paso más allá, el excandidato a gobernador de Florida, Andrew Gillum, denunció esta semana algo que quienes observamos el comportamiento de los mercados bursátiles venimos advirtiendo: hay que investigar si alguien se está beneficiando de esta práctica… En efecto, un tuit de Trump anunciando medidas extremas contra China lleva los mercados a la baja sensible por uno o dos días. Luego se recuperan, tras otro tuit o declaración del propio Trump diciendo que lo que había dicho quizás no sea necesario hacerlo, porque hay algún acuerdo con China o se está abriendo una posibilidad de conversar el tema… Es decir, tensa y suelta la cuerda para ver a los mercados (que ya habían alcanzado un valor históricamente alto en el índice, tras la reducción de impuestos a los sectores más pudientes) oscilar en un rango de 400 o 500 puntos. Un ejemplo de muchos se produjo esta semana: Trump se va a la cumbre del G7 en Biarritz dejando al mercado bursátil en crisis (a la baja) porque anunció que elevaría nuevamente los aranceles a China hasta un 15%; reunido en Francia, postergó el asunto amparándose en acuerdos y alcances de las conversaciones con los jefes de Estado participantes en el G7.
En un día se puede ganar o perder fortunas apostando al juego de la volatilidad de Trump. De allí que Andrew Gillum se pregunte: ¿habrá alguien, en el entorno de Trump, sacando provecho de esto? Porque quien sepa de antemano lo que aquel va a tuitear opera con una enorme -y desleal- ventaja, en este caso no con relación a una compañía que cotice en la bolsa, sino sobre todo el mercado, simplemente tomando posición sobre las empresas que sirven para calcular los índices bursátiles. Más aún, quienes tienen la información privilegiada pueden ganar dos veces, con los mercados a la baja y con los mercados en alza, operando en los que técnicamente se conocen como corto o largo en las bolsas de valores.
En lo microeconómico, mientras los indicadores macros se deterioran sin que se pueda hablar de crisis todavía, la vulnerabilidad que crea Trump con sus inviables políticas y sus veleidades por Twitter, enriquece a unos pocos y cabe preguntarse si de forma más gruesa a quienes tienen el “inside” de la información que se maneja entre tuits de Trump. Entretanto, el ciudadano común no ve resultados y ya comienza a pagar las consecuencias de la guerra comercial en marcha con China. En retaliación, el coloso asiático ha impuesto aranceles a listas de productos americanos para los cuales tiene sustituto en el mercado internacional, como ocurre con los quesos. Esto está afectando a los productores del estado de Wisconsin, que atraviesa por una crisis importante de embargos a fincas debido a las dificultades de exportación de sus quesos a la China y otros mercados que han subido sus aranceles como respuesta a los aumentos arancelarios de Trump. Ya el presidente de Apple le advirtió a Trump que el gran ganador, en la jugada de su subida de aranceles a China (que afectan profundamente la cadena de producción de Apple) será Samsung. Y así, muchos otros casos.
En definitiva, Trump nos lleva de trino en trino a una crisis económica que ya da picotazos mientras los especuladores bursátiles (y prontamente, sus círculos más íntimos) se llenan los bolsillos.
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