Homilía VI Domingo de Pascua/19
Sacerdote Daniel Valdez García
Esta semana hemos estado reflexionando con los capítulos 14 al 16 del libro de los Hechos de los apóstoles, y los pasajes del evangelio de San Juan 14 y 15 que contienen el discurso de despedía de Jesús a sus discípulos y la oración sacerdotal, tras la cena y el lavatorio de los pies. El motivo principal que de algún modo ocupa el tema de la despedida y porque el próximo domingo es la fiesta de la Ascención de Jesús a la diestra del Padre. Jesús vuelve, retorna, regresa al Padre porque es un acto de amor y de justicia. Y de eso vamos a reflexionar el próximo domingo.
La primera lectura (Hechos 15, 1-2. 22-29.) nos pone ante el solemne momento en que Pedro a nombre de todos dice que El Espíritu Santo y ellos han decidido no imponer más cargas de las necesarias a los conversos venidos del paganismos, puesto que los judíos conversos querían judaizarlos para circuncidarlos como condición a salvarse. Que quede bien claro que la ley esclaviza y solo Jesús con su gracia libera.
Cuando Jesús libera lo hace todo nuevo, y en esa vida nueva se ubica la prudencia de Apocalipsis sobre la Nueva Jerusalén (21, 10-14. 22-23) cuya expresión en sentido más profunda tiene que ver con la solidez de la fe en Jesús transmitida por los apóstoles.
El pasaje del evangelio de hoy (Juan 14, 23-29) en que Jesús ha dicho su discurso de despedida con palabras cargadas de una gran emoción-recomendación al estilo de los grandes patriarcas. La partida de Jesús no será ausencia, sino cambio de presencia.
Cuatro palabras: «Amar, Guardar, Recordar y Paz». El amor de Jesús es el mismo amor del Padre y por lo tanto del mismo Espíritu Santo. Es decir que así como El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sin solo Dios, una sola Persona, un solo Todopoderoso sin un solo Amor. Y cuando Jesús nos pide guardar su amor que consiste en amar como él nos ama, sin condiciones, de manera personal y que no deja de llamarnos por nuestro nombre. Y recordar es lo propio del amor, por eso la tercera persona de la Santísima Trinidad que es el Espíritu Santo nos recordará las enseñanzas de Jesús que no es otra vida que lo que el Padre le ha encomendado. Quién ama verdaderamente sabe esto porque el verdadero amor se cuida, se respeta y se gana todos los días.
La paz es el fruto de todo aquel que sabe en conciencia que actuó rectamente, aun cuando haya habido diversas limitantes. Se vale, no lo sabemos todo ni somos Dios. Estos días de Pascua hemos sido testigos de cómo cada uno de los apóstoles y discípulos han actuado conforme a su personalidad y capacidad de ser testigos de la resurrección. Es decir, eso es experiencial no solo doctrina aprendida y vivida de forma repetitiva. La paz es la convicción del amor que guarda y resguarda, que tiene la fuerza del recuerdo para que cada uno permanezca cuerdo y no pierda conciencia de la existencia. Y esa es la obra del Espíritu Santo, del Amor y cuyo fruto es la paz.
Concluyó compartiendo la experiencia de una muy querida amiga mía. Ella se encontraba en su oficina atenta a los diversos requerimientos que le presentan como servidor público. Y cierto día, un hombre mayor estaba presentando documentos cuando la hija de ella le llamó porque estaban preparando su fiesta por sus 25 años de edad. Y ella respondió: -Hija, estoy ocupada, te llamo más tarde. Y la hija agrego: -Mami, solo es ver lo del pastel.
El hombre que estaba ahí, dijo: -Licenciada, atienda a su hija, por favor. Mi hija de 25 años de edad murió la semana pasada.
Eso la desarmo y la dejo en la paz que da la fuerza del amor y que uno guarda para nunca olvidar.
Amén, amén, Santísima Trinidad.
*El Autor es Profesor en la Universidad Autónoma del Estado de México.
Estudió Sacerdote y Especialidad en Bioética en U.A.E.M.
Estudió en el Seminario Diocesano de Toluca.
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