Recibí recientemente, a través de redes sociales, un vídeo sobre el comportamiento de automovilistas alemanes durante una congestión vehicular en su país. En una carretera de dos carriles los conductores se cargan a sus respectivos acotamientos para formar un carril central que permita el paso libre de ambulancias, patrullas y vehículos de emergencia.
Inexorablemente pensé si será posible que los mexicanos podamos llegar algún día a ese nivel de conciencia y civilidad.
Hace poco más de un lustro escribí un artículo titulado “Gandallas”. En él referí la triste conclusión de la prestigiada firma consultora Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE), tras elaborar una peculiar encuesta: el mexicano es gandalla por naturaleza.
Gandalla es una palabra muy mexicana. De hecho, no la consigna la Real Academia Española, aunque sí lo hace El Diccionario de Mexicanismos: “Persona que, de manera artera, se aprovecha de alguien o se apropia de algo”.
Las conclusiones de aquel texto no eran alentadoras. Con base en encuestas locales (como la del GCE) y estudios internacionales se ha demostrado que lo gandalla está íntimamente ligado a nuestra idiosincrasia y herencia cultural.
Las opciones de muchos mexicanos como consecuencia de nuestros orígenes se han reducido, desgraciadamente, “A fregar o que te frieguen, mientras las naciones en ascenso crecen con la mentalidad de ganar-ganar”, escribí entonces.
El gandallismo es una variante atenuada de corrupción, una forma disfrazada de delincuencia y una manifestación lamentable de nuestra cultura y educación. “En tanto sigamos creyendo que la condición de gandalla está inscrita inevitablemente en nuestro ADN y sigamos actuando en consecuencia, será muy difícil erradicar la percepción internacional negativa sobre nuestra idiosincrasia”, concluía.
Por ello me he quedado gratamente sorprendido del orden que ha imperado recientemente en los principales “cuellos de botella” de las avenidas regias. Un letrero, promovido por la organización notequejes.com, ha sido suficiente para crear conciencia y acabar con el problema. Colocado estratégicamente en el punto neurálgico de agandalle, exhorta contundente: “Haz fila, no seas abusivo”.
Los mexicanos, sin ninguna duda, somos sensibles a los estímulos. El citado ejemplo demuestra cómo una conducta supuestamente tan arraigada, puede corregirse con ingenio y un incentivo adecuado. ¡Sí es posible cambiar, sí podemos ser mejores! Sigamos trabajando en ello.