En los últimos doce meses López Obrador ha dominado en el escenario político. Una campaña electoral llena de epítetos y descalificativos, un triunfo tan espectacular como inesperado, una hiperactiva transición, y cinco meses de ejercicio absoluto del poder constitucional como Jefe de Estado y de Gobierno.
A pesar de la popularidad que cada día lo fortalece con seguidores que creen y confían ciegamente en su liderazgo, la realidad empieza a descuadrarse ante la contundencia negativa de los instrumentos de medición tradicionales.
Si bien la economía marcha con una inercia razonablemente aceptable en cuanto a indicadores macroeconómicos como el tipo de cambio, la tasa de interés y la inflación; estos lucen más como resultado de lo sembrado en periodos de gobiernos neoliberales que como producto de las nuevas líneas de gobierno.
Los inversionistas se comportan con celosa prudencia, los flujos de capital extranjero se registran a la baja ante el temor del fracaso de la continuidad del Tratado de Libre Comercio, las exportaciones se complican por las presiones que en la frontera se escalan por la desmedidas e incontroladas caravanas de migrantes que incomodan al gobierno vecino.
Las medidas económicas del gobierno preocupan ante el errático estado de las finanzas públicas. La inversión pública está contenida por falta de viabilidad de proyectos que no van mas allá de buenos propósitos o ideas generales de largos plazos de maduración cuya conveniencia y oportunidad están en entredicho: un ferrocarril en el sureste del que se desconocen trazos específicos y montos de inversión puntuales; una refinería que no supera cuestionamientos de viabilidad técnica y financiera, la cancelación de obras como el fallido aeropuerto internacional de Texcoco con enormes recursos dilapidados, mientras que las alternativas son cuestionadas en razón de lo mismo y, finalmente, anuncios masivos de programas sociales cuyo beneficios reales quedan en el limbo.
Es ocioso dedicar líneas al problema de la inseguridad, el tema se ha convertido en una farsa en la que las nuevas políticas son más de lo mismo. Los números de delitos son aterradores y las mafias se mueven a sus anchas ante la indefensión de una población que no puede más que aterrarse ante el último ataque que se perpetra con la mayor impunidad.
Mientras todo esto sucede, el Presidente López Obrador se mantiene firme y muy cómodo en sus sesiones matutinas de autoelogio, plataforma de ataque a cuanto enemigo se le ocurre identificar convirtiéndolo en la causa de todos los males. Baste y sobre referir la incomprensible competencia que sostiene con el periódico Reforma por conformar la agenda del día, o con periodistas que osan cuestionarlo, ante los que se achica en el escenario, pero que al día siguiente, sin contrincante a la vista, descalifica con argumentaciones subjetivas, mal intencionadas y carentes de elegancia.
El tiempo marcha y se acerca el día de la presentación del Plan de Gobierno 2019-2024, es la última oportunidad para conocer a detalle y formalmente las aspiraciones de la prometida Cuarta Transformación punto de arranque o principio del final.