Una colaboración especial de los alumnos de la UTC (Universidad Técnica de Cotopaxi) del Ecuador, en apoyo del Doctorante Jair G. Torres; AYALA ROLANDO; MORENO HENRY; VALVERDE DARIO; VEGA JENNY; VILLAVICENCIO DAVID.
Durante siglos, la violencia más extrema contra la mujer existió sin tener nombre. Fue por esa carencia que se cobró de forma injusta, la vida de muchas féminas, incluso en las situaciones más extremas e indecorosas. El término “femicidio” surgió a finales del siglo XX, para denominar al asesinato en contra de las mujeres, pero no al crimen común y corriente, sino a aquel que se entretejía desde la violencia de género y que se daba por el hecho que los hombres se creían superiores, sin motivo, a las mujeres.
En 1976 fue mencionada la palabra por primera vez y lo hizo Diana Russell, en el Tribunal Internacional de Crímenes contra las mujeres en Bruselas. Explícitamente, lo que abarca esta definición es: “El hecho de asesinar a una mujer con el único motivo de serlo”.
En los últimos años, en nuestro país, este problema se ha agudizado. En este año han sido muchos los casos de crímenes en contra de las mujeres, en gran parte de ellos, perpetrados por sus propias parejas o ex parejas. La situación es alarmante, porque la situación va en aumento y no hay algo que la frene. A veces, las causas para que se cometa este tipo de atrocidades es el silencio por parte de las víctimas. Generalmente, las mujeres miran como normal cualquier acto de violencia y no ponen un alto a los golpes y demás arbitrariedades que sufren. No avisan ni a sus padres por lo que, el agresor va aumentando el nivel de la violencia, hasta que todo termina en la privación de la vida de su víctima.
A veces, sucede que quien comete el asesinato, no quiere matar a su pareja, sino que “se les va la mano”. Antes, sucedía que las autoridades tomaban este acto como un homicidio “accidental” y lo juzgaban como tal, cuando en realidad era algo que merecía la mayor pena. Fue por ello que el femicidio llenó esa carencia judicial y se pudo tipificar ese tipo de crímenes como cualquier otro, sumándole las agravantes de antecedentes de violencia para su juzgamiento.
En América Latina, la cifra de femicidios es alarmante, ya que más de 280 casos han sido registrados en lo que va del 2019. Por ello, esta región se ha convertido en una de las más violentas en contra de la mujer, todos los días es noticia el asesinato brutal y ruin de una mujer a manos de un hombre: ahorcada, apuñalada, estrangulada, quemada, cercenada a machetazos o molida a golpes. Estas son algunas de las violentas y repudiantes formas de extrema violencia que utilizan los asesinos para acabar con la vida de las mujeres.
La violencia contra la mujer fatídicamente hasta hoy no ha tenido límites, desgraciadamente, porque su funesto origen yace en el núcleo familiar, de tal forma que pasa desapercibida por la sociedad. Así también, la política y educación no han conseguido ganar campo en la batalla por erradicarla. Lastimosamente este tipo de violencia de género está aceptada socialmente y se la considera como parte de nuestra cultura. “Aunque pegue o mate, marido es” (suelen decir las mujeres del campo) y eso grafica la forma machista con la que nuestra cultura se ha configurado (un machismo que se a naturalizado en la sociedad).
La falta de educación de muchas féminas también ha contribuido a que se expanda este mal ya que, al no conocer las mujeres que son sujetos de derecho, no han sido capaces de reclamar su espacio equitativo.
¡Basta ya! es el grito de mujeres que deseosas buscan encontrar tregua a una lucha injusta que se cometen contra ellas, paradójicamente, sólo por ser mujeres. Toda la sociedad debería ponerse manos a la obra y luchar para que haya una equidad de género, en todo sentido, de forma que nadie se crea superior al otro.
Por otro lado, las ideologías extremas, como el machismo y feminismo (misandria para la parte contraria al odio de la mujer hacia el hombre), también son un elemento que crea odio entre personas de diferente género puesto que, ha hecho que cada quien reclame la superioridad sobre su contrario, no dándose cuenta que nadie es más que nadie, sino que, todos los hombres y mujeres, tienen los mismos derechos, obligaciones y estamos en la misma capacidad, tanto intelectual como física, para realizar las diversas actividades que la sociedad demanda.
*El Autor tiene Doctorando en Investigación de la Comunicación en la Universidad Anáhuac México. EXPERTO Y CONFERENCISTA EN ÁREAS DE COMUNICACIÓN GUBERNAMENTAL, IMAGEN, CREDIBILIDAD Y POLÍTICAS PÚBLICAS.
Contacto en redes
Jair G. Torres
MTRO. Jair Torres (The Squirrel); © ® Derechos reservados