El 13 de marzo de 2013, el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio (1936) fue electo papa. Francisco, el sucesor de san Pedro, inicia ahora su séptimo año como cabeza de la Iglesia Católica. El jesuita tiene ahora 83 años. En sus diversas intervenciones y en sus viajes todavía se le ve fuerte y el Vaticano dice que goza de buena salud.
Si bien un papa no debe guiar su actuación por lo que digan las encuestas lo que muestran es un dato que él y los suyos deben tomar en cuenta. La popularidad del papa ha caído y para el caso de Italia ha pasado del 88 % en 2013 al 71 % a finales del 2018.
Sus primeros seis años como sucesor de san Pedro no han sido fáciles y ha tenido que enfrentarse a dos grandes problemas. Al interior de la Iglesia la resistencia de los grupos más conservadores y al exterior el gravísimo caso de la pederastia.
Cinco cardenales y algunos obispos de los grupos más reaccionarios de la Iglesia, en alianza con viejos funcionarios de la Curia Romana, no solo se han resistido a los cambios que impulsa el papa sino que también han intentado, de diversas maneras, de socavar su proyecto de reforma de la Iglesia.
Ha sido una ofensiva, orquestada desde Estados Unidos, que es única en el último siglo de la Iglesia. El papa ha podido neutralizar los ataques, pero esos grupos siguen presentes y no dejan de golpearlo cada vez que pueden.
En el frente externo la pederastia ha sido el mayor de los problemas a los que el papa se ha tenido que enfrentar. Un enemigo en su lucha contra este terrible mal ha sido el comportamiento de muchos de los obispos, que por razones inadmisibles, han protegido a sacerdotes que han abusado de menores.
A los problemas anteriores se añaden los errores que ha cometido el papa a la hora de elegir a colaboradores. Los casos son diversos, pero uno que resulta paradigmático es el nombramiento del cardenal australiano George Pell como responsable de las finanzas del Vaticano e integrante del consejo de cardenales, para la reforma de la Curia.
Ante múltiples acusaciones y sólida evidencia Pell tuvo que renunciar, para enfrentarse a las autoridades civiles de su país que lo encontraron culpable de haber abusado de menores. Fue un duro golpe a la autoridad y prestigio del papa. Hubo quienes dudaron de que no conocía la situación del cardenal.
No habrá cambios en la Iglesia mientras no se termine de reformar la Curia Romana, la estructura administrativa de la Iglesia, que sigue en poder, aunque mermado, de los sectores más conservadores. Ellos, en los hechos, por encima de la voluntad del papa tienen el control de la Iglesia y también de las finanzas.
El pasado febrero el papa citó a todos los presidentes de las Conferencias episcopales, 120 obispos, para acordar una política común en contra de la pederastia que hasta ahora no existía. No queda todavía claro cuál va a ser el efecto de las nuevas norma que pone un gran énfasis en la prevención del problema.
El papa, para muchos dentro y fuera de la Iglesia, considerado como un gran reformador en los siguientes años tiene muchos frentes abiertos. Los dos ya mencionados siguen siendo fundamentales. No queda claro cuántos años más estará al frente de la institución.
Su antecesor, el papa Benedicto XVI, que aún vive, decidió renunciar al cumplir los 85 años. Lo hizo en medio de una gran crisis, producto de que los jerarcas de la Curia se habían hecho de todo el poder. Fue una medida sin precedente que cimbró a la Iglesia.
El Derecho Canónico establece que el papa se mantiene en su cargo hasta su muerte. Ahora no se sabe si el papa Francisco elegirá el camino de su antecesor o se mantendrá en el obispado de Roma hasta el fin de su vida.
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