Un nuevo estudio publicado en la revista Neurology revela que los mini accidentes cerebrovasculares, también conocidos como ataques isquémicos transitorios (AIT), pueden dejar una fatiga significativa que persiste hasta un año después del episodio. Aunque estos eventos no causan un daño cerebral permanente, sus efectos pueden ser duraderos y afectar seriamente la calidad de vida de quienes los padecen.
¿Qué es un mini accidente cerebrovascular?
Un ataque isquémico transitorio (AIT) se produce cuando el flujo sanguíneo al cerebro se interrumpe brevemente, lo que provoca síntomas similares a los de un accidente cerebrovascular completo. Sin embargo, a diferencia de estos últimos, los AIT no provocan daño cerebral permanente. Los síntomas suelen desaparecer en menos de 24 horas e incluyen:
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Caída repentina de un lado del rostro
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Debilidad en los brazos
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Dificultad para hablar
A pesar de su carácter temporal, este tipo de episodios no deben tomarse a la ligera, ya que pueden ser un aviso de un posible accidente cerebrovascular más grave en el futuro.
Fatiga persistente
El estudio danés, realizado por investigadores del Hospital de la Universidad de Aalborg, encontró que más del 60% de los pacientes reportaron fatiga significativa dos semanas después de sufrir un AIT, y un 54% continuaban presentando este síntoma incluso un año después.
La fatiga post-AIT se manifiesta en varias formas, como:
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Cansancio general
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Fatiga física o mental
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Disminución de la motivación
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Reducción en los niveles de actividad
Según el Dr. Boris Modrau, autor principal del estudio, estos síntomas pueden impactar negativamente en la vida diaria, el estado emocional y la función cognitiva de los pacientes, generando ansiedad, depresión y problemas de pensamiento.
¿Por qué ocurre esta fatiga a largo plazo?
Los investigadores descartaron que la causa fuera un daño físico evidente en el cerebro, ya que los escáneres cerebrales no mostraron diferencias entre quienes experimentaron fatiga y quienes no. En cambio, hallaron que las personas con antecedentes de ansiedad o depresión previos al AIT tenían el doble de probabilidades de sufrir fatiga prolongada.
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