La desinformación: un sicario sin rostro

Por: Carlos Rojas .

Abogado

Experto en seguridad y defensa , comunicación estratégica .

“En la sociedad líquida, la información ya no se busca para comprender la realidad, sino para reforzar percepciones emocionales inmediatas.”

— Zygmunt Bauman

 

Vivimos en una era en la que la desinformación no es una simple distorsión de los hechos, sino una arma estratégica, silenciosa, letal y sin rostro. No dispara balas, pero perfora reputaciones. No lanza bombas, pero colapsa instituciones. Es un fenómeno líquido, como advertía Bauman: se adapta, se filtra, se cuela por cada grieta del tejido social, hasta convertir el rumor en verdad y la verdad en sospecha.

En 2010, el profesor Cass R. Sunstein anticipó este fenómeno en su análisis sobre los rumores, identificándolos como vehículos de control social. Hoy, catorce años después, ese rumor se ha convertido en sicariato informativo. Ya no es solo el cuchicheo irresponsable, es un arma táctica utilizada por redes del crimen organizado, operadores políticos y plataformas digitales, todo al amparo de una ciudadanía saturada y emocionalmente manipulable.

En la República Dominicana, este fenómeno ha tomado cuerpo con especial gravedad. El sistema de seguridad social, una de las áreas más sensibles del Estado, es uno de los blancos más codiciados por la industria de la desinformación. ¿Por qué? Porque en ella convergen las expectativas del ciudadano, las tensiones políticas y el dinero, mucho dinero. Los ataques que recibe este sistema no son casuales: son operaciones quirúrgicas de desprestigio, ejecutadas con precisión matemática gracias a la combinación perversa de Big Data, inteligencia artificial y baja moral.

Esta desinformación —disfrazada de opinión pública— es la puerta de entrada a la desestabilización. Las redes sociales, alimentadas por algoritmos insaciables, difunden versiones paralelas de la realidad sin responsabilidad ni freno. Como bien advierte Darío Villanueva en su obra “El atropello de la razón”, la lógica ha sido desplazada por una emocionalidad desbordada, donde ya no importa lo que es, sino lo que se siente que es. La razón, esa piedra angular del pensamiento ilustrado, ha sido atropellada por una avalancha de reacciones impulsivas, likes y shares que validan el sinsentido colectivo.

El problema no es solo tecnológico, es ético. Porque quienes propagan el rumor saben lo que hacen. Han descubierto que en una sociedad líquida y acelerada, no es necesario tener razón: basta con tener atención.

Frente a esto, los Estados no pueden seguir reaccionando con torpeza comunicacional ni con silencio cómplice. Es imperativo que se estructuren estrategias de comunicación institucional con inteligencia emocional, que sepan hablarle al corazón del ciudadano sin traicionar la razón. Y sobre todo, que se fortalezcan los mecanismos de educación crítica, seguimiento informativo y coordinación con las plataformas digitales para desmontar las campañas de manipulación antes de que florezcan.

Pero cuidado: no podemos combatir a los propagadores del rumor bajando a su cloaca del descrédito. Eso sería aceptar su terreno, sus reglas y su lenguaje. La batalla por la verdad no se libra en el fango, sino en las alturas del carácter, el profesionalismo y la coherencia.

Hoy, más que nunca, debemos declarar una guerra frontal al cáncer del rumor, ese que opera en la sombra con apariencia de noticia. Porque si no enfrentamos al sicario sin rostro, seremos cómplices de su próxima víctima: la democracia misma.