Por años la dañina costumbre de pagar por la intensión del voto que no compra conciencias, las alquilarla, se ha enquistado en la política, ese terreno sórdido y hostil donde muchos tenemos la esperanza que las cosas cambien.
No cabe duda, el voto negociado es como el amor pagado, puede terminar siendo infiel y se va a entregar al mejor postor, esto para claridad de los que piensan que con dinero basta y que no hace falta el cortejo.
Estamos frente a un mercado de emociones donde hay que enamorar además de entender que el único sentimiento que no puede generar un líder, es la envidia, en ese entendido: “nadie votara con gusto por un candidato o candidata, si
desea tener lo que un político tiene”.
Puestos en contexto, el problema de la denominada “compra de votos”, afecta la esencia misma de la democracia. ya que desliga al responsable de su compromiso con las preferencias ciudadanas, crea una competencia desigual entre candidatos y, a pesar de las sanciones, socava la disminuida confianza en la institucionalidad.
Quienes al tema nos dedicamos tenemos el reto complejo de auspiciar la financiación transparente de campañas, la educación cívica, la promoción de la participación ciudadana, el control efectivo y las sanciones drásticas; no será fácil, imposible tampoco.
Las malas prácticas electorales no se restringen al dinero en efectivo, incluyen entrega de bienes y servicios a cambio del voto, canivalizan la dignidad que a empellones se disminuye ante la feria del trabajo temporal, en fin,
tenemos un panorama sombrío donde se hicieron leyes y se perfeccionaron trampas, donde la esperanza está en manos de electores más desconfiados y preparados.
A pesar que el dinero influye en muchos aspectos de los procesos electorales, el voto en sí mismo, es el instrumento más importante para garantizar democracia, luego no se puede constreñir, debe ser libre y secreto, luego la integridad, la paz mental y la felicidad de la gente están en juego, ojalá las nuevas generaciones comiencen a entenderlo.