Por: Irene Muñóz
Cada enero, Madrid se transforma en el corazón del turismo mundial con la llegada de FITUR, un escaparate donde las naciones despliegan su ingenio para atraer visitantes y consolidar su posición en un sector vital. España, como anfitrión, no solo exhibe su liderazgo, sino que reafirma su compromiso con una industria que representa el 12.3% de su PIB. Para México, en cambio, FITUR evidencia las fallas estructurales y estratégicas de un país que debería ser una potencia turística indiscutible, pero que se encuentra rezagado en un mercado global cada vez más competitivo.
Las cifras no mienten. En 2024, España recibió 94 millones de turistas internacionales, ocupando el segundo lugar mundial, mientras México, con su vasto territorio y diversidad incomparable, apenas alcanzó los 45.2 millones y se posicionó en el séptimo puesto. En términos de ingresos, el contraste es aún más alarmante ya que España generó 130 mil millones de dólares frente a los 32.9 mil millones de México, ubicándose en el segundo y decimoséptimo lugar mundial, respectivamente. Incluso en el flujo turístico entre ambas naciones, la disparidad es evidente, España atrajo 1.1 millones de turistas mexicanos, mientras que México solo recibió 236 mil visitantes españoles.
Este rezago no es un accidente, sino el resultado de decisiones que han debilitado al sector. Desde la desaparición del Consejo de Promoción Turística en 2019, México ha reducido significativamente su promoción internacional, limitándose a destinos tradicionales de sol y playa como Cancún y Los Cabos, mientras sectores con gran potencial como el turismo cultural, de aventura y gastronómico han quedado relegados. Además, la dependencia de mercados emisores tradicionales como Estados Unidos y Canadá aumenta su vulnerabilidad ante fluctuaciones económicas y políticas, y la falta de infraestructura adecuada en muchas regiones impide el desarrollo de nuevos destinos. Por si fuera poco, la percepción de inseguridad continúa siendo una barrera que desalienta a potenciales visitantes y complica la tarea de posicionar a México como un destino competitivo y seguro.
España, por el contrario, ha construido su éxito sobre una estrategia integral que apuesta por la diversificación de mercados y la promoción constante de su variada oferta turística. Cada región del país ha desarrollado una identidad propia, desde el turismo deportivo hasta el gastronómico, y ha sabido adaptarse a las demandas de mercados emergentes como Asia y América Latina. Además, su inversión en infraestructura y conectividad, con un sistema ferroviario y aeropuertos de primer nivel, garantiza una experiencia fluida para los visitantes. España también lidera iniciativas de turismo sostenible, integrando tecnología para gestionar destinos y preservar sus recursos naturales, marcando un estándar que México debería aspirar a alcanzar.
FITUR, más que una feria, es un espejo que refleja tanto los aciertos como los desafíos de cada nación en el ámbito turístico. Para México, el potencial existe, pero el rezago también. Este es el momento para replantear y plantear una estrategia desde la Secretaría de Turismo, liderada por Josefina Rodríguez, y apostar por una promoción ambiciosa y diversificada, por el desarrollo de infraestructura que facilite el acceso a destinos emergentes y, sobre todo, por la seguridad, tema que realmente deben atender el Gobierno de México y la presidenta Claudia Sheinbaum. El turismo no solo genera ingresos, sino que también impulsa el desarrollo social y cultural de las comunidades, un beneficio que México no puede permitirse desaprovechar.
La feria apenas comienza, y aún está por verse cómo México utilizará esta plataforma para reorientar su rumbo. Lo cierto es que el mundo no espera, y el turismo tampoco. Es hora de pasar de las palabras a la acción y construir un futuro donde el país no solo sea reconocido por su grandeza natural y cultural, sino por su capacidad de ofrecer experiencias únicas y sostenibles en un mercado global exigente y en constante evolución.
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