El frío de los migrantes

Laura Garza columnista

Por Laura Garza

El tiempo corre y quedan 46 días para que Donald Trump asuma el poder y comience la persecución a todos aquellos que hayan entrado a Estados Unidos de manera ilegal.

Desde el 2020 las caravanas migrantes comenzaron a ser cada vez más grandes, fueron pasando de 2,000 hasta 10,000 personas cruzando desde Honduras, Venezuela, Guatemala, Ecuador, El Salvador y Haití.

En ellas van hombres, mujeres y niños. No importa la edad cuando el deseo de salir de un país que no les brinda oportunidades, les acorrala la inseguridad y lo que anhelan es cambiar radicalmente sus vidas llegando a Estados Unidos.

Desde hace cuatro años hemos visto fotografías de niños dormidos en brazos de sus padres, niños llorando mientras siguen caminando tomados de la mano de su madre, a hombres cruzando a sus hijos en el cuello mientras nadan el Río Bravo y por supuesto escenas terribles como accidentes en la carretera.

Las caravanas se han encendido de nueva cuenta, se dice que ha salido la número 14 de solo este año. Vienen hacia México, cruzarán por la frontera sur  y harán todo por llegar a la frontera con Estados Unidos.

Nunca sabemos si hasta su países les llegan las alertas de inseguridad en el camino, sobre todo en México, sobre el crimen organizado y su hambre por ganar nuevos adeptos, por los robos en el camino de lo poco o mucho que traigan, por los secuestros y después las llamadas a sus familiares para cobrar rescates, o el peor destino de todos: la muerte.

A pesar de que la presidenta de México ha hecho hincapié que ya no habían caravanas cruzando por nuestro país, lamentablemente sí las hay. Se viene otro diciembre con cientos de migrantes en las calles pidiendo ayuda y también hay que decirlo, de un tanto de inseguridad para los ciudadanos mexicanos en matera de robo, por la precariedad y desesperación de los migrantes por sobrevivir.

El camino no es nada fácil, porque aunque driblen cada obstáculo, al llegar a la frontera deberán esperar del lado mexicano la respuesta a la solicitud de la visa humanitaria que ofrece el Gobierno de Estados Unidos.

Una oleada de humanidad, de gente con hambre, con cansancio, en un estado de supervivencia máxima se pegan unos a otros para “taparse” de los vientos helados en medio de la nada.

En la imagen del fotoperiodista Gregory Bull, que aunque fue tomada a principios de año me acercó más a una realidad fría, desolada y en una comuna lleno de desconocidos que al final se ven como luchadores en busca de su máximo sueño.

La luz blanca y dura que le pega de lleno a los dos primeros y a las bolsas, seguramente de un coche o de una ptrulla fronteriza, y de fondo un atardecer rosado, de esos que muchas veces nos detenemos a fotografiar, afortunamente desde ortas circunstancias.

Pantalones sobre pantalones, camisetas empalmadas, chamarras con capucha, sudaderas por debajo , colchas y mandas encima y un cuerpo atrás de otro. Que las espaldas sienten el cuerpo del otro o la otra que están por detrás.

Y no hay más. Ni una sola barrera que les desvíe el viento, ni un techo para cubrirse del “sereno” de la noche, nada mas que tierra y sus cuerpos.

El frío de los recuerdos de sus familias que han dejado de ver, el frío de las palabras del desconocido que le da ánimos o lo regaña, el frío de estar solo rodeado de miles, el frío de no entenderse el idioma pero querer habitar en el él, un frío migrante.

Los tintes rosados y morados del cielo como llamaradas de esperanza, cada día, cada tarde y casi al anochecer. Un paisaje que les acuña las ganas de llegar y tener otra vida, que les asegure un techo, una cobjia, un sillón, comida y atardeceres cómodos y sin frío.

Nuestros gobiernoes han camibado mucho, el de Estados Unidos y el nuestro. Quienes han llegado al poder han tomado la causa de los migrantes como un problema de ellos, y los han abandonado en las calles, en el monte, en el río, en los bajopuentes y al crimen organizado que nos acorrala cada vez más.

En los últimos años han cruzado más de 7 millones de personas, no todos con permiso, ni desde los lugares más reconocidos.

Una crisis social y humanitaria de la que nadie quiere hacerse cargo, mas que Donald Trump ¿cómo? Generando otra mayor.

Foto: AP Photo/Gregory Bull