Todos los seres humanos que acceden a ser representantes de la democracia, viven una sensación que bien puede denominarse el éxtasis del liderazgo, la soledad del poder.
Pasan por una sensación de euforia, satisfacción y placer asociada al control sobre otros, un sentimiento de omnipotencia, estado de superioridad a veces involuntario y notorio para otros, cuya consecuencia los lleva a no aceptar detractores.
Se olvidan de la bondad cuando adquieren control sobre recursos y presupuestos, no entienden que su Influencia sobre la opinión pública es pasajera, se van quedando cada vez más solos y comienzan a justificar el abuso de poder, la desproporcionada corrupcion y hasta su involuntario comportamiento insolente.
No calificamos defectos ni describimos la evidente postura altiva y socarrona
de líderes cuya imagen se deteriora, simplemente asumimos que este proceso hace parte de la
condición humana, impávida frente a un enemigo despiadado llamado “vanidad”.
A todos nos encanta sentirnos superiores e intocables, vamos por el
mundo necesitados de la coba y la adulación para legitimar nuestros actos, perdemos la noción de la humildad repitiendo historias de antaño para terminar ciclos rodeados de opulencia y sin cariño verdadero.
Al final del día en las necrópolis del olvido, allá donde reposa la igualdad, ya no hay gobierno, la historia poco se compadece con recordarnos que el poder se acaba y que la vida sigue.
En medio de la multitud el el ensordecido gobernante deja de escuchar, no entiende que la gente está allí para beneficio propio, “Si el dignatario empieza a sentirse solo, puede pedirle al poder abrazo y compañía”.
Por FREDDY SERRANO DÍAZ
Estratega Político