Fernando Belaunzarán
La pérdida del registro del PRD dice más de lo que aparenta. Es consecuencia del desgaste de los partidos tradicionales que abrió la puerta al populismo, pero también tiene una dimensión simbólica. Su ciclo coincide con el de la agonizante transición a la democracia: lo obtuvo el Partido Comunista en la apertura política de Jesús Reyes Heroles y hoy se pierde con la inminente restauración estructural del hiperpresidencialismo autoritario y hegemónico que recuerda al México de los años 70.
El PRD surgió como respuesta organizativa a la irrupción cardenista que desbordó las urnas en 1988 y que fue defraudada con la tristemente célebre caída del sistema, operada por Manuel Bartlett desde la Secretaría de Gobernación. Ahí convergieron muy diversas izquierdas, las que se habían ido aglutinando en el proceso PC-PSUM-PMS y otras que decidieron respaldar a Cuauhtémoc Cárdenas cuando vieron en la ruptura del PRI una oportunidad para hacerle mella al régimen de partido de Estado, además de la Corriente Democrática y muchos ciudadanos que participaron de ese movimiento de importantes repercusiones históricas.
Después de resistir al salinismo, periodo en el que más de 500 militantes fueron asesinados, el PRD se convirtió en uno de los protagonistas de la transición, cuyos acuerdos fundamentales se firmaron en 1996. Aunque las negoció Porfirio Muñoz Ledo, tocó a Andrés Manuel López Obrador suscribir como presidente del partido las reformas que como presidente del país está empeñado en revertir.
Ahora bien, una cosa es pelear por la democracia y otra cosa practicarla, aun cuando se tengan estatutos democráticos. La vida interna del PRD estuvo marcada por una dialéctica bizarra, entre la influencia de los liderazgos carismáticos y el peso de las corrientes en los órganos de dirección, donde la feroz lucha por cargos y candidaturas solía trascender a la opinión pública. El dedazo y el reparto de cuotas, las dos prácticas en tensión, eran las dos caras de una misma moneda que premia la obediencia, despreciando trayectoria, capacidad y mérito.
Se le reprocha al PRD por haber contrariado su lucha democrática al haber sostenido sin pruebas que hubo fraude en 2006, financiado y mantenido el plantón de Reforma, participado en la intentona protogolpista de evitar la toma de posesión de Felipe Calderón y prestándose a la patética pantomima de la “Presidencia legítima”. Todo eso es cierto, pero hay que tener en cuenta lo difícil que era atemperar los impulsos revanchistas del excandidato que perdió la elección, teniéndola en la bolsa, y que contaba con el respaldo fervoroso de la mayor parte de la militancia y el electorado del partido.
De cualquier manera, de ahí surgió la irresoluble contradicción que llevaría a la ruptura: ser oposición que use su fuerza legislativa para incidir en los cambios o, por el contrario, utilizarla para bloquearlo todo y apelar después al voto de castigo. Tras una tregua de mutua conveniencia en 2012, se dio la salida anunciada del candidato presidencial para fundar Morena, en una apuesta que le fue muy redituable y que, en contraste, resultó funesta para el PRD, en buena medida por la incapacidad de éste para reinventarse.
Desde principios de siglo se convocó a congresos para refundar al PRD. Los diagnósticos eran críticos y descarnados, las intenciones irreprochables, pero el problema era la práctica porque siempre acababan reproduciendo los mismos vicios. Del caudillismo transitaron a la tribucracia, donde la correlación de fuerzas que lo definía todo se establecía con clientelas propias o prestadas por quien sabe quién. Cuando llegaron al acuerdo de poner a alguien por encima de las corrientes, sabotearon la presidencia de Agustín Basave, porque se lo tomó en serio.
Aclaro que fui parte de ese proyecto hasta 2021, cuando el odio sectario los llevó a acabar con el grupo disidente Iniciativa Galileos, fundado, entre otros, por Guadalupe Acosta Naranjo y Miguel Alonso Raya. Pero, no obstante mis diferencias con los dirigentes perredistas, reconozco la congruente decisión de ir a la alianza con Xóchitl Gálvez para defender la democracia. Que la historia del PRD también sirva para recordar lo que no debe hacerse.