Por: Mayté Garcia Miravete
El reciente debate presidencial en el marco de las elecciones de México 2024 dejó claro que la política, más que nunca, se encuentra en una encrucijada. Este evento, visto por millones de ciudadanos, se convirtió en un escaparate de estrategias comunicativas y tácticas discursivas que revelan mucho sobre el estado actual de nuestra democracia.
Particularmente la candidata de Morena, Claudia Sheinbaum, fue objeto de interpelaciones desde el primer debate por su contraparte Xóchitl Gálvez, respecto al uso frecuente de datos falsos y afirmaciones engañosas. En este sentido, es importante señalar, que la utilización de mentiras, no solo socava la credibilidad del debate, sino que también pone en riesgo la integridad del proceso democrático, en la que es obligación de cada candidata y candidato es exhibir con el mayor grado de transparencia lo que acontece en las áreas más sensibles de una sociedad compleja y polarizada como la mexicana. Temas como lo son la seguridad, la gestión de política pública, el equilibrio de poderes, entre otros, deben guardar la máxima relación con la verdad a efecto de informar y formar al ciudadano, para que con ello pueda al conocer la realidad de su entorno tomar decisiones correctas en el momento de emitir su voto, o de participar en su comunidad.
Es así, que, durante el debate, se observó cómo la candidata presentó cifras infladas y manipuladas en temas sensibles. Este tipo de manipulación de la información no solo desinforma a la ciudadanía, sino que también erosiona la confianza en las instituciones.
En una democracia, el debate político debe ser un espacio para la confrontación de ideas, propuestas y soluciones basadas en hechos verificables. Cuando los candidatos recurren a la mentira y los datos falsos, se traiciona la confianza del electorado y se degrada la calidad del diálogo político. Al utilizar esta táctica, no solo daña la propia credibilidad del o la candidata, sino que también puede afectar la percepción pública de su partido y su plataforma.
Es crucial destacar el papel de los analistas y los medios de comunicación en estos debates. Por su parte los medios de comunicación, tienen la responsabilidad de realizar un análisis pre y post-debate riguroso proporcionando al público las herramientas necesarias para discernir la veracidad de las afirmaciones hechas por los candidatos, lo mismo debe ocurrir con los y las analistas.
Sin embargo, lo que vimos y oímos post debate deja mucho que desear en este rubro, ya que, en su gran mayoría, estos expertos y comunicadores determinaron que la ganadora del debate fue Claudia Sheinbaum, quien en varias ocasiones esgrimió datos falsos en su discurso. Y me pregunto ¿Cómo podemos pensar en que se establezca que alguien que se conduce con mentiras gane un debate? ¿Solo porque no se despeino? ¿Debido a que mantuvo esa postura rígida y lejana todo el tiempo? ¿Fue el resultado de la estrategia de la campaña, la cual siguió fielmente?
Es gravísimo que los medios de comunicación, así como los y las expertas, quienes saben a ciencia cierta que, a través de sus análisis y comentarios, notas y artículos, forman opinión pública, intenten decantar abiertamente en un sentido u otro las preferencias de los y las ciudadanas y, no siempre con base a los datos claros y observables, a la verdad.
Por ello, considero que, es y debe ser, parte de su alta responsabilidad profesional el dejar fuera criterios que pueden estar ensombrecidos por claros conflictos de intereses. La objetividad de sus observaciones y la imparcialidad debe privar su análisis, el cual debiera ceñirse a criterios de alto nivel académico y ético. Debe hacerse el claro señalamiento de lo que es estrategia y de lo que en sentido argumentativo es una falacia o una mentira en su máxima expresión, además de muchos otros aspectos motivo del análisis posterior a un debate de la relevancia del presidencial del 19 de mayo.
Sin embargo, omiten esta “sutileza” a sabiendas que su voz influye y genera esa opinión, que, de estar errada, con alta probabilidad, conducirá a una persona y a un país a la inadecuada toma de decisiones, a la acción equivocada. Para ello podríamos dar múltiples ejemplos de gobernantes y candidatos que lo han hecho sin el menor pudor y con el máximo cinismo conduciendo a sus simpatizantes, militantes, y ciudadanía a la confrontación abierta, incluso que ha llegado a la irreparable y lamentable pérdida de vidas humanas. Es por ello, que el código de ética, tanto para medios de comunicación, así como para los profesionales de la comunicación política, analistas políticos, etc., no debe ser letra muerta, sino un documento vivo y presente que promueva un ejercicio constante y consciente de la verdad vs. la mentira, debe ser una guía que conduzca los más altos estándares de transparencia e integridad profesional.
El debate también destacó la importancia de la responsabilidad que los candidatos tienen hacia el electorado. Más allá de las tácticas discursivas, la integridad de un candidato se mide por su compromiso con la verdad y su capacidad para ofrecer soluciones reales a los problemas del país. Los ciudadanos merecemos líderes que no solo aspiren al poder, sino que también respeten la inteligencia y el derecho a la verdad de la población. En este sentido, también he de comentar brevemente que la candidata Gálvez pudo haber elevado la calidad del debate con más propuestas y menos ataques, la “marea rosa” debió haber fortalecido su confianza para presentarse propositiva, compartiendo desde el conocimiento los graves problemas que aquejan a México y dando los “Cómo” para construir la solución conjunta con la ciudadanía ante este inmenso reto que hoy tiene México de fortalecer sus instituciones y a nuestra joven democracia.
Además, el formato de los debates limitó el diálogo y no permitió un intercambio frontal de ideas entre los candidatos. La ausencia de un formato más libre y flexible ha impedido que los candidatos se enfrenten directamente y respondan a preguntas concretas, lo que ha llevado a una falta de transparencia y claridad en sus propuestas.
El último debate presidencial en México 2024 ha sido un reflejo del reto constante que enfrentamos en la política contemporánea: la lucha entre la verdad y la manipulación. Los candidatos tienen la responsabilidad de presentarse ante el público con honestidad y transparencia, basando sus argumentos en datos verificables y evitando caer en la tentación de las falsedades.
En tiempos donde la desinformación puede propagarse rápidamente, es más crucial que nunca que los líderes políticos se comprometan con la verdad y que los ciudadanos exijan responsabilidad y veracidad. Solo así podremos construir una democracia robusta y confiable, donde las decisiones se tomen con base en la realidad y el bien común.