El papa Francisco acudió este jueves a la prisión femenina de Roma para celebrar la misa del Jueves Santo y, desde su silla de ruedas, lavó los pies a doce reclusas, una tradición con la que imita a Jesús con sus discípulos en la ‘Última Cena’.
Las doce mujeres, muchas de ellas visiblemente emocionadas o llorando, se subieron a una plataforma y el pontífice pasó por delante de ellas, con un mandil blanco y llevado en su silla de ruedas por sus conocidos problemas de movilidad, para lavar y luego besar sus pies.
Previamente había improvisado una breve homilía centrada en el perdón, pero no la leyó, como suele hacer (en el último mes a menudo ha renunciado a leer discursos por un problema respiratorio que arrastra tras una gripe, según ha explicado él mismo).
“Todos tenemos pequeños o grandes fracasos, todos tenemos una historia, pero el Señor nos espera siempre con los brazos abiertos y no se cansa nunca de perdonar”, afirmó en una carpa en el patio de la cárcel, ante las presas y el personal de la institución.
El papa llegó a la cárcel, la mayor femenina de las cuatro de todo el país, en torno a las 16:00 horas locales (15:00 GMT) y en su patio le acogieron decenas de mujeres, algunas de las más de 300 presas, que besaron sus manos y le ovacionaron.