«Viva México, Viva Cristo Rey»: la ultraderecha mexicana

Por Diego F. Gómez-Salas

 

No habían pasado siquiera tres días del inicio de la guerra en Medio Oriente cuando Eduardo Verástegui volvió a presumir armas largas en su cuenta de X, antes Twitter.

Alentado por el contexto internacional, el aspirante a candidato independiente se grabó lanzando veinte disparos en un campo de tiro. ¿El objetivo? Promover su ridícula campaña presidencial. El corto video iba acompañado de una amenaza, de una apología: «Miren lo que le vamos a hacer a los terroristas de la agenda 2030, del cambio climático y de la ideología de género», presumió el egresado del CEA.

Con esto, confirmó -una vez más- que la extrema derecha no entiende de límites. En un país inundado de violencia, un señor que busca ser presidente promueve el uso de armas sin pudor; en un mundo azotado por la guerra, un aspirante presidencial vende el humo de la pólvora. Por cierto, el tipo presume ser católico y provida; días antes declaró en una entrevista: «Soy conservador porque me gusta conservar los valores y la verdad; el no matarás…». Así la incongruencia.

Al igual que otros outsiders, el exintegrante del grupo musical Kairo no es más que un síntoma de un fenómeno que se ha extendido en las democracias liberales del mundo. En su libro ¿La rebeldía se volvió de derecha? (Siglo XXI Editores, 2022), el historiador argentino Pablo Stefanoni expone una interesante tesis sobre el resurgimiento de la derecha radical en países cuyas poblaciones han perdido la confianza en las «instituciones tradicionales».

Desde que la izquierda se hizo de importantes escaparates políticos, el progresismo se convirtió en el nuevo status quo. Frente a esta transición, las derechas se han visto en la necesidad de reinventarse, yéndose al extremo del espectro político y adoptando posturas «rebeldes» que antes eran propias de las izquierdas nominales. De igual manera, el fracaso de falsos progresismos y gobiernos liberales ha impulsado la llegada de populismos de derecha al poder.

En su ensayo, Stefanoni considera que las nuevas derechas hacen uso de la incorrección política como una «una forma de revuelta antiprogresista», la transformación de la sociedad para volver a «mejores tiempos», de la provocación y el insulto online para llamar la atención de sus seguidores, y también de causas como la lucha contra «el autoritarismo verde», la «eliminación» de la migración, «la dictadura de la ideología de género», «el terrorismo de la Agenda 2030», entre otros disparates surgidos y alimentados de teorías de conspiración.

A diferencia de las derechas tradicionales (liberales-conservadoras, democráticas e institucionales), las llamadas ultraderechas se sostienen en la demagogia, en propuestas políticas exageradas, en buscar desaparecer -acabar- al otro. En países como Brasil, El Salvador, Chile y Argentina, los mítines de los candidatos de ultraderecha tienen apariencia de sesiones de stand-up comedy más que de ejercicios para exponer propuestas de gobierno. Aunque tardó en llegar, hoy la política mexicana tiene su ala de derecha radical.

Históricamente, la extrema derecha mexicana ha estado alineada a la religión católica. En las primeras décadas del siglo XX, tras la Guerra Cristera, surgieron organizaciones sinarquistas que estaban apegadas al modelo franquista español, cuya doctrina tenía un carácter religioso-militar. Al paso de las décadas, este tipo de ideologías extremistas redujo su influencia en la sociedad mexicana, mas no desapareció por completo.

Partidos políticos como Encuentro Solidario (PES), del evangélico Hugo Eric Flores, o movimientos religiosos como la Luz del Mundo, del pederasta Naasón Joaquín, han intentado llegar a las altas esferas del poder con la religión como estandarte. Ambos proyectos político-religiosos fracasaron, pues –a consideración de algunos– el electorado mexicano «no es extremista».

Casi un siglo después de la Guerra Cristera, Eduardo Verástegui decidió retomar los postulados religiosos de la extrema derecha mexicana para fundar un extraño movimiento social: Viva México. También anunció abiertamente sus intenciones de llegar a la Presidencia de la República en 2024 como candidato independiente, por lo que el pasado 8 de septiembre se registró ante el INE para recolectar firmas.

La lógica del cantante está encaminada a convencer al 78% de la población mexicana que asegura ser católica practicante, así como a algunos panistas que quedaron fuera de la jugada política con Xóchitl Gálvez como candidata presidencial.

A estas alturas del presente texto es importante hacer una aclaración para evitar herir susceptibilidades: el acto de rezar puede entenderse como la religión personalizada, mientras que la Iglesia en sí misma es la religión institucionalizada. Lo que practica el actor Verástegui no tiene nada que ver con estos dos conceptos, sino que se refiere a la politización de la religión. En otras palabras, este señor explota el concepto divino a su conveniencia electorera, apegada a un fanatismo que busca engañar para recabar firmas, engatusar con las bondades del catolicismo para obtener votos e inútilmente hacerse del poder terrenal.

Para prueba de ello, sólo basta con analizar su cobertura mediática: ha detenido entrevistas en vivo para ponerse a rezar, utiliza imágenes católicas en actos públicos y no se cansa de repetir que llegará a la Presidencia de la República «sólo si dios se lo permite». De igual manera, desde su condición de laico, ha explotado temas delicados para promocionar su imagen. Al final de su última película, Sonido de Libertad, aparece dando un discurso a cámara que es a todas luces un spot político.

México y el mundo viven tiempos complejos; momentos de transiciones históricas y veloces avances tecnológicos. En la era de las redes sociales, las creencias e ideologías políticas duran lo que dura un video de TikTok: todo pasa rápido, poco echa raíces. Y cuando no hay nada en que creer, la tendencia es creer en cualquier cosa. En las democracias del espectáculo, los populistas tienen la atención del electorado y las puertas del poder semiabiertas. Ése es el peligro.

Como si este país no tuviera suficiente con el populismo militarista de López Obrador, ahora aparece un populista religioso que se vende como pecador purificado. En realidad, Verástegui es una mala parodia de la irreverencia de Trump, el gusto por las armas de Abbott, la hipocresía de Maciel, el racismo de Abascal, la incongruencia de Milei y el machismo de Bolsonaro. Todo eso consagrado en el espíritu de un mundano actor de Televisa. Con rosario en mano, este pobre diablo pretende ser candidato a la Presidencia de México.

Para la tranquilidad de muchos, está lejos de conseguir las firmas que exige la autoridad electoral para lograr su registro como candidato independiente. De acuerdo con el último conteo, el fanático religioso lleva sólo 22,500 de las 961,405 firmas requeridas. Pese a esto, los sondeos en los que ha sido incluido le dan 4% de preferencia electoral.

Si bien no llegará a la boleta, la presencia de un personaje como Verástegui en la vida política de México es signo de preocupación. La semana pasada, declaró en una entrevista para El Universal que en 2025 buscará registrar un nuevo partido político de derecha pura.

En un país donde 61% de su población está insatisfecha con la democracia, donde 33% prefiere un gobierno autoritario (Latinobarómetro, 2023), no sería extraño que discursos disruptivos como el del protagonista de Soñadoras comiencen a subir el volumen. En los próximos años, México podría vivir un fenómeno parecido al que vivió Estados Unidos después de Obama o Argentina después del régimen kirchnerista. Aquí «la esperanza de México» llegará a desgastarse tarde que temprano y la peor herencia de la 4T sería propiciar la llegada de un ultraderechista al poder.

Mientras tanto, en sus mítines, el cantante Verástegui invita a sus seguidores a gritar fuerte y alto «¡Viva México!», también «¡Viva Cristo Rey!».

Que no pase desapercibido: en política, el péndulo no deja de moverse.