Por: Sacerdote Daniel Valdez García
Hoy me desperté a las dos de la madrugada, lleno de inquietud. Me encontraba sumergido en la lectura sobre el genio del compositor Andrew Lloyd Webber y su Réquiem, una obra de una belleza celestial y novedosa que incluso incluye la dulce armonía de las voces infantiles. Entre sus piezas más conocidas destacan “Pie Iesu” y “Paraíso”. Antes, los réquiems solían ser sombríos y penitenciales.
Mi rutina diaria suele comenzar a las 4:30 a.m. con mis oraciones, ya que a las 5:30 a.m. me dedico a nadar. Fue en ese momento cuando vi en el chat del decanato el mensaje del Padre Toño Ayala, quien nos informaba del sensible fallecimiento de Monseñor Jesús Márquez Farfán.
Los recuerdos se agolparon en la vastedad de mi mente. El día anterior, a las 9:45 de la mañana, portando conmigo las venerables reliquias de San Juan Pablo II y del Padre Pío, tuve la gracia de vislumbrar, por breves instantes, a Chuchito. Susurré dulcemente en su oído derecho y le expresé mi profunda gratitud por el consuelo y la fortaleza que siempre prodigó con sus palabras perspicaces; fue un manantial inextinguible de amor emanado de su digno sacerdocio.
Él fue mi guía en los estudios de Psicología del Desarrollo en el Seminario Diocesano de Toluca. No se limitaba a ser un mero experto, sino que ejercía como un pastor experimentado, cercano a los futuros pastores.
Tuve el honor de conocerle siendo yo muy joven, cuando llegué a Toluca en busca de conocimiento. Nació el 15 de marzo de 1934 en Tiripitío, Michoacán, y fue el primogénito de cuatro hermanos, entre ellos nuestra amada Carmelita.
El 29 de junio de 1960, recibió la consagración sacerdotal a manos de monseñor Arturo Vélez, primer obispo de Toluca. Para comprender plenamente sus 63 años de compromiso sacerdotal, se requiere tanto expresar y escribir tan poco, para que aquel que lea pueda obtener una clara comprensión. Y aquí me encuentro, en esta travesía de rendir un homenaje póstumo al “padre Márquez”. No le faltaron desafíos ni pruebas; padeció la injuria y la difamación. Pocos saben de su cercanía y generosidad hacia los desposeídos, pues su mano derecha desconocía las obras de su mano izquierda. La rectoría del Calvario, de la cual se apartó hace dos años, es emblemática en su vida, pues nos brinda un atisbo de su encomiable misión ministerial y, sobre todo, de su incansable apostolado en favor de la familia. No importaba la hora ni el lugar, él siempre hallaba el camino para llegar, consolar y fortalecer.
Ser prelado doméstico (monseñor) no diluyó su esencia de sacerdote humilde y compasivo hacia todos sin excepción. Su profundo conocimiento, al igual que el de monseñor Fortino Barrueta, QEPD, y el equipo, se ve reflejado en el documento acerca del Sínodo Diocesano de Pastoral, así como en otros relacionados con los Vicarios Episcopales de Pastoral y los Decanos. Esto es sólo para mencionar algunos ejemplos de su amplia colaboración.
Es evidente que sus primeras experiencias como sacerdote con las comunidades Otomíes y Mazahuas enriquecieron su bondad y ternura, convirtiéndose en una fuente inagotable de caridad samaritana y amor sacerdotal; la amargura no encontró morada en su corazón. Nos deja un legado acerca del auténtico testimonio sacerdotal como una eficaz promoción vocacional. ¿Qué fiel laico y qué sacerdote no recuerda sus palabras y su afectuoso gesto de amor?
Su amplia erudición y humildad garantizaban veladas auténticas de aprendizaje junto al maestro, al amigo y al hermano cercano. Su sólida espiritualidad, filosofía y teología se traducían en términos comprensibles, especialmente en su ardua labor en la pastoral familiar, que fue su tarea más encomiable en la presencia de Dios. Cada Eucaristía se convertía en una lección de vida, y a pesar de sufrir dolores debido a la enfermedad que lo consumía, no dejó de ofrecerse en cada Misa en el sacrificio eucarístico con Cristo.
¡Gracias a Dios, gracias a Carmelita, gracias a la familia, gracias a los amigos! Gracias, Chuchito, por tu generosa entrega en el día a día de tu vida sacerdotal. Disfruta del Réquiem con el “Pie Iesu” y “Paradise”, cantos que seguramente los ángeles han entonado en tu encuentro definitivo con Dios. Que la Virgen de la salud sea tu fortaleza y eterno consuelo.