Armando Ríos Piter
La muerte de Porfirio Muñoz Ledo ha significado una gran pérdida para la memoria histórica de nuestra vida pública. Protagonista de primera línea durante el proceso de transición, con su partida, se ha llevado el testimonio de una vida que, como pocas, escribió capítulos significativos del cambio político que vivió el sistema mexicano. No logró ver la Nueva República por la que tanto luchó, pero sin duda alguna, México es hoy un mejor país, gracias a su legado.
Aún antes de conocerlo en persona, Muñoz Ledo fue en muchos sentidos un guía político para mí. Decidí cursar la preparatoria en el Centro Universitario México influenciado por él. Cuando en mi casa pregunté ¿en qué lugar estudian los políticos en este país?, mi padre me dijo que, ahí con los maristas. Sin duda alguna, la figura del entonces legislador de oposición de izquierda me cautivó. Poderoso en la tribuna y firme en las ideas, la figura de Muñoz Ledo -el que le ganaba por sí solo, los debates a los 62 priistas en el Senado- se convirtió en un modelo a seguir.
En esa época, yo quería ser campeón de oratoria, tal y como Porfirio lo había hecho a su paso por el colegio. De hecho, lo conocí en un concurso intercolegial en el que, junto con Diego Fernández de Cevallos, conformaron el jurado calificador. Era la época en la que los temas en boga eran el Tratado de Libre Comercio, la reforma al artículo 27 constitucional o la nueva relación del Estado Mexicano con la Iglesia Católica. El debate y las participaciones de ambos políticos, la claridad de sus ideas y conceptos, marcaron mi vida para siempre. Fue precisamente de manos de Porfirio como presidente del sínodo, de quien recibí la condecoración del primer lugar.
Las historias como integrante destacado de su generación en la Facultad de Derecho, también me acompañaron a mi paso por la UNAM. Los debates, las elecciones por los cargos de representación universitaria, así como el texto de Don Mario de la Cueva, fueron su herencia indirecta. Incluso, la anécdota del distanciamiento que tuvo con Miguel de la Madrid, la comparaba yo con una similar que viví en la misma época.
Mi paso por Guerrero me llevó a afiliarme al Partido de la Revolución Democrática y con ello, a entender más de cerca la influencia que Muñoz Ledo había ejercido en muchos hombres y mujeres. No solo era su talento innato, sino la disciplina en el estudio, la estructuración inteligente de los planteamientos y la negociación de las propuestas, las variables que acuñó como método constante para lograr la evolución de la política. Paisanos como Cuauhtémoc Sandoval, viejo integrante del Partido Comunista, comentamos en varias ocasiones lo ilustrativa que era su forma de trabajar. Estoy convencido que su paso por la presidencia del PRD fue fundamental para lograr la institucionalización de aquél gran proyecto de izquierda.
La vida me concedió la fortuna de ser su compañero en el Congreso Federal y también en el Congreso Constituyente de la CDMX. Fiel a su buen humor, nos gustaba decir que ambos eramos parte de la “cosmopolitan left”. Me encantaba escuchar sus anécdotas, ya fueran sobre la construcción de la Corriente Crítica, sobre la organización del movimiento mexicano de migrantes con Nixon o las dinámicas internas del sindicalismo “charro”. Dialogar con él siempre fue oportunidad para conceptualizar al Estado Mexicano en sus luces y sombras. Escucharlo fue una guía para comprender la fuerza social de la izquierda como palanca de transformación y de construcción de nuevas instituciones.
Lo vi por última vez en su casa el 12 de mayo pasado. Convocó a varios de sus amigos a reflexionar sobre el momento que vive la nación. Lo escuché apesadumbrado. La última etapa de su vida, sufrió en carne propia los sinsabores de las distorsiones del sistema. Denunció el uso del dinero ilícito y del “amafiamiento” de actores públicos. Habló del narco Estado y los terribles riesgos que enfrenta nuestra transición inacabada. Porfirio encarnaba parte de nuestra historia contemporánea. Pese a sus 89 años, ese día, como siempre, estaba en pie de lucha, dispuesto a mantenerse en el frente de batalla por construir un mejor país.
Cuanta falta nos hará tu mente lúcida y propositiva en estos tiempos de cambio, “grand chamarade”. Te vamos a extrañar. Habremos de seguir labrando.