Por Rafael Olivares García
Una palabra muy común, pero que sigue despertando gran interés lo es “apocalipsis”, relacionada con el fin de los tiempos.
Generaciones enteras han esperado ver el apocalipsis y cada una lo anuncia como inminente ante tiempos religiosamente turbulentos.
Por principio de cuentas nuestro “apocalipsis” viene con nuestra muerte. Ese es el fin de los tiempos para cada uno de nosotros. Termina el tiempo de la misericordia e inicia el tiempo de la justicia.
Hoy que vemos un mundo en proceso de descomposición globalizada, con iglesias cada vez mas solas, con jóvenes que valoran más la vida de los animales que de las personas, con ancianos que mueren olvidados en sus casas porque se negaron al sacrificio de tener hijos, para poder disfrutar de la juventud y de la vida.
Tememos al desbordamiento del odio a la religión por parte de quienes reclaman tolerancia, del envenenamiento de las nuevas generaciones por los pocos dueños de los medios masivos de comunicación que impulsan agendas nocivas, por el silencio y complicidad de quienes como pastores deberían defendernos, pero ante todo de una sociedad pasiva, que siempre espera que otros hagan las cosas, que alguien actúe, para luego dejarlo solo en espera de que le resuelva sus problemas.
¿Tiempos difíciles? Los de Dioclesiano, emperador romano cuya gran y última persecución contra los cristianos fue terrible. Torturas indescriptibles, la prohibición de trabajar como funcionarios o como soldados (para allá vamos en México y en el mundo), el cual mandó que todos los bienes de la iglesia pasaran al tesoro (como lo hizo Benito Juárez) y se les prohibió el culto (como lo hizo Plutarco Elías Calles y Obregón).
A los cristianos que no realizaban sacrificios a los dioses paganos se les condenaba a prisión (como ahora a quienes proponemos terapias para los menores que sufren disforia de género o para los médicos que se niegan a realizar abortos).
Solo que entonces el ser cristiano significaba la cárcel, el destierro o la pena de muerte devorados por fieras en el circo romano o peor aún, empalados y quemados vivos para iluminar las calles de Roma.
Tiempos difíciles todos, a lo largo de la historia, porque el cristianismo floreció por sus mártires y se multiplicó tras las persecuciones, pero en el México actual estamos aún lejos de ello, aunque no inmunes.
Hoy los peligros, los mismos de todos los tiempos, pero se ven magnificados por la rápida e inmediata difusión de que son objeto. Los errores se propagan como virus y se vive una pandemia ideológica que degrada a los seres humanos y los vuelve sólo despojos de lo que están llamados a ser.
Parece que el enemigo avanza vencedor, imbatible, pero hemos de aprender de las lecciones de la historia. Los grandes enemigos de la cristiandad se encuentran en sus sepulcros y la fe sigue ondeando sus crucifijos y sus estandartes. Dos mil años de historia nos contemplan, pero tenemos que adaptarnos a los tiempos y utilizar las mismas armas (herramientas) para multiplicar el mensaje, para sembrar en millones de corazones una semilla que permanecerá dormida, hasta que la sangre los mártires riegue nuevamente las campiñas y florezcan repoblando al mundo en una secuencia sin fin.
Confiemos, oremos y trabajemos arduamente, seguros de que el mal no prevalecerá y que nuestros esfuerzos, tarde o temprano, darán fruto.
Así que, bienvenido el apocalipsis, cuando llegue.