Lo vimos la semana pasada con la reunión de la CELAC y lo seguiremos viendo en la agenda del tercer mandato de Lula da Silva: su vocación diplomática e internacionalista parece que será el eje rector, una vez más, de su administración.
Cuando el oriundo de Pernambuco gobernó el país del bossa nova por primera vez logró posicionar a su nación en la escena global como nunca antes. En ese periodo, Brasil se destacó a nivel mundial no solo gracias al futbol o a su carnaval.
En muchos sentidos fue la promesa latinoamericana de progreso, desarrollo y reducción de la pobreza a principios de siglo. Por múltiples razones la promesa se desinfló y al igual que sucedió con Chile, el entusiasmo dio paso a la desilusión.
Hoy, después de la tempestad que significó para Brasil el paso de Jair Bolsonaro, el regreso del izquierdista Lula da Silva promete volver a poner a su país en el tablero de la geopolítica global, pero no por las razones equivocadas, como lo hizo su predecesor, sino apelando a una vieja tradición de la nación sudamericana: la diplomacia.
El presidente brasileño ha lanzado la primera estocada de su estrategia global para volver a posicionar a su país como protagonista de las discusiones globales, y lo hizo frente a Olaf Scholz, el canciller Alemán al declarar que Brasil no enviará ningún tipo de arma a Ucrania y que se deben buscar alternativas pacificas que involucren a más interlocutores: China por ejemplo.
La movida de Lula es astuta y deja entrever la visión de él y su equipo para, por lo menos, aportar una visión distinta del conflicto en Europa del Este, más allá de las ya acartonadas y nada prácticas visiones occidentales y rusas que no han hecho más que prolongar innecesariamente esta guerra fútil.
Que los buenos deseos de Lula lleguen a concretarse en la práctica, parece dudoso, puesto que el primer mandatario de Brasil y su equipo sugieren que en la mesa de negociación deben sentarse la mayoría de los actores directa o indirectamente involucrado, eso incluye a China y a Rusia desde luego y no solo a EU y la Unión Europea. Sin embargo, el solo hecho de que el presidente de Brasil lo sugiera e impulse una narrativa en esa dirección, ya nos dice mucho de sus ambiciones.
Pero la agenda internacional de Lula no para en el conflicto en Ucrania, las ambiciones del brasileño van más allá y se instalan en un discurso de no a la confrontación y sí al diálogo: visitará Biden el 10 de febrero y en marzo se reunirá con Xi Jinping. Además su canciller visitará Nueva Delhi con motivo de la reunión del G20.
Todo indica que Lula está de vuelta y en busca del tiempo perdido.