En un video en su canal de YouTube, el físico español y divulgador científico, Javier Santaolalla, analizaba desde la perspectiva psicológica y de las emociones el por qué existe un grupo cada vez más nutrido de personas que creen que la Tierra es plana.
Con muchísima objetividad y respeto hacia quienes creen que nuestro planeta no es redondo, el científico, de la mano de un colega suyo, desentrañan las motivaciones que llevan a un grupo determinado de personas, ya no solo a negar la curvatura de la Tierra, sino a creer en alguna idea, o visión del mundo en específico.
El aspecto emocional, el sentido de pertenencia, el sentirse especial porque se cree que se posee una verdad que los demás ignoran, lleva a las personas a aferrarse a todo tipo de creencias, teorías de la conspiración y verdades o visiones del mundo y la realidad que otros consideran poco menos que sendas tomaduras de pelo.
En los tiempos aciagos y de profundas divisiones en los que vivimos, el tema de la polarización y del disenso ya no como una oportunidad para debatir ideas e impulsar la diversidad de pensamiento, sino como arma para denostar o menospreciar al otro, más que a sus ideas, me parece que este enfoque, el de las emociones, no ha sido tan abordado como se debería.
De repente, quienes escribimos en medios o estamos demasiado absortos en las narrativas que estos construyen olvidamos que le realidad no es tan blanco y negro. Si uno lee a columnistas y líderes de opinión de todos las posiciones políticas que uno pueda encontrar, se podrá observar que la ausencia de matices es la norma y que el impulso polarizador, no solo viene del poder político: los medios de comunicación y las redes sociales también son un detonador de esos sentimientos.
Lo cual es una verdadera tristeza. Apelando al lugar común de la frase “divide y vencerás”, flaco favor le hacen a la sociedad quienes tienen el privilegio de que su voz sea pública, cuándo desde sus respectivos púlpitos exageran los vicios o virtudes del poder político, o de un grupo social específico, para construir una retórica que en lugar de darle herramientas al ciudadano para entender o analizar mejor la realidad, lo atrincheran en una u otra postura.
Volviendo a la parte de las emociones y de la psique humana, en un estudio realizado en España por la consultora Llorente y Cuenca (LLYC) se revela que la polarización tiene efectos químicos en el cerebro muy similares a los que producen las drogas, de ahí que los discursos que alimentan la división sean tan efectivos.
El estudio de la consultora se centra en España, EE UU y algunos países de América Latina, incluido México. Sorprendentemente, según ese estudio, nuestro país se encuentra en el nivel más bajo de polarización política de la región, lo cual nos puede arrojar un poco de luz sobre lo que mencionaba al respecto del papel de los medios y las redes sociales. Sirvan de ejemplo las dos marchas que se han vivido en la capital en los últimos quince días y la cobertura mediática de una y otra.
En síntesis, mi punto es que hace falta más empatía hacia el otro. Nos hace falta aprender a debatir ideas y entender que estas no definen del todo a un ser humano. Porque de lo que estamos hablando aquí es de nuestra incapacidad para entendernos, para asimilar de manera inteligente que no pensamos igual y que eso es una ventaja, no un obstáculo para nosotros como humanos y como sociedad.
Sin el ánimo de sonar a gurú de autoayuda, sí nos hace falta trabajar un poco más en nuestra inteligencia emocional y en la forma en que la que confrontamos a quienes tienen una cosmovisión distinta o diametralmente distinta a la nuestra. Por otro lado, bien valdría la pena no engancharse con todo lo que nos cuentan los medios al respecto de la polarización y ser lo suficientemente asertivos para ver la foto completa y darnos cuenta de que somos mucho más que representantes de un espectro ideológico o una forma particular de entender la vida y el mundo.