Por: Guillermo Calderón.
Todos los gobiernos, partidos y líderes políticos, intentan conquistar la confianza social de la manera más amplia que sea posible, porque es sinónimo de legitimidad, permanencia, continuidad, control y poder. Para lograrlo lidian con ideologías, posturas y visiones iguales o distintas a ellos y tratan de alcanzar acuerdos mediante promesas, recompensas o privilegios políticos; en cambio, para la sociedad, la confianza es el resultado de una ecuación distinta, pues; más que legitimidad, busca reconocimiento y gratitud; más que poder, quiere equidad; más que permanencia y continuidad, busca igualdad y mayores oportunidades de bienestar y más que, control, busca libertad y legalidad sin privilegios.
Es aquí donde nos topamos con el verdadero problema de la confianza social, cuando de un lado se tienen una forma de conceptualizarla y del otro, otra. Porque, aunque los políticos y la sociedad aparentemente buscan ubicar la confianza sobre un terreno y un objetivo común, terminan defendiéndola con propósitos distintos y en espacios diferentes.
¿Cómo es que sucede esto?; y ¿cómo es que se erosiona a la confianza? Cuando deja de existir coherencia entre la palabra y la obra, porque, es a partir de ese momento que, la confianza abandona el terreno de la reciprocidad y la solidaridad; y cuando se descubre que se dijo públicamente lo que no se piensa y se promete lo que jamás se cumplirá.
La confianza desde el espacio político, además de ser compleja y muy poco transparente, se utiliza como mecanismo de control social, porque solo responde a propósitos personales y de grupo; a diferencia de la confianza de la sociedad, la cual surge siempre de la sinceridad, la buena fe de las personas y de manera voluntaria; es por eso que, no nos debe de extrañar que entre las apariencias de la moralidad, se viertan cientos de compromisos y promesas con convicción, para solo ser olvidadas con esa misma convicción con la que se hicieron.
No obstante, se continúa reclamando, desde los liderazgos políticos, la confianza de la sociedad, esperando que, solo se piense en el presente de sus palabras, sin que sea revisada la historia de sus obras. La confianza social puede ser tan grande como se imagine y tan delgada como se actúe.
En suma, podemos decir que la mendacidad, es el germen que deteriora y erosiona la confianza social, es esa reiterada actitud de mentir –“tantito” o mucho- sobre la palabra, el compromiso y la promesa ofrecida.
Es la ausencia prolongada de la coherencia, entre lo que se dice y lo que se termina haciendo, lo que acaba con la confianza y su credibilidad, despojándola de su valor estratégico; pero a pesar de ello, no es difícil observar cómo unos cuantos, han perfeccionado esa capacidad para mentir en ciertos temas, de ciertos contextos y a ciertas personas; pero se miente, “no más poquito”, para tener engrasada y en marcha una supuesta maquinaria social.
En el Estado de México ha crecido la desconfianza para quienes ocupan una posición política, de gobierno o de liderazgo social, porque han reemplazado a la confianza generalizada de la sociedad -que poco a poco se las ha ido negando- a cambio de la confianza de los tradicionales grupos de poder político y económico, que bajo una cadena de mando crean sus propias redes (subordinadas), de influencia social; de esta forma se reduce el espectro de las promesas, compromisos y acuerdos; medrando en la desconfianza, estos grupos se encargan de abonar a una sociedad segmentada, dispersa, desigual e injusta, más en aras de un control político, que con un interés de legitimación, aceptación o reconocimiento de la sociedad en general.
Cuando se pretende ganar confianza mediante clubes de amigos que se reparten beneficios; a través, de cadenas de favores, gratificaciones y privilegios; es decir, bajo un sistema inexorable de castigos y recompensas, la magnitud del efecto de la desconfianza se vuelve invasiva y generalizada; entonces, es cuando a la sociedad no le queda más que aprender a sobrevivir por encima de la desconfianza y a no esperar ya nada más; hasta que, las elecciones electorales los vuelva a reunir y el voto los haga necesarios e indispensables.
Por último, solo me queda decir que la mendacidad, esa arraigada costumbre de mentir, destruye el corazón de la confianza, la consistencia de la palabra empeñada y la verdad de la obra que se presume cierta; ahora, Mis preguntas finales: En el Estado de México se requieren poco más de 3 millones de votos para obtener un triunfo electoral, ¿cuentan con el capital social para alcanzarlo?; ¿Qué tal su sistema de castigos y recompensas rendirá frutos?; ¿desde cuándo se habla de lo que no se piensa y se promete lo que no se cumple?; ¿Quién será el primero (a), que apelará a la confianza social?
Hasta aquí, con una más de: Mis preguntas finales, nos leemos en la próxima.
Guillermo Calderón Vega. Profesor Universitario, abogado, exfuncionario público, Experto en operación, negociación y concertación política. Twitter: @gmo_calderon / Facebook, Instagram, Telegram: Guillermo Calderon Vega.