Mucho se ha debatido en las últimas semanas sobre la decisión del Gobierno federal de reabrir las escuelas con el objetivo de que las clases vuelvan a ser presenciales, o mejor dicho, bajo un sistema híbrido en el que no es obligatorio asistir. Para algunos, la medida es irresponsable ante la nueva ola de contagios y de variantes del SARS-CoV-2, y para otros, el modelo de clases virtuales, dadas las particularidades de la sociedad mexicana, era ya insostenible.
Esta semana yo también regresé al aula, como profesor, y debo confesar que tengo una serie de sentimientos encontrados puesto que si bien el virus sigue ahí y por consiguiente los riesgos también, el hecho de pisar, después de más de un año, un salón de clases, de interactuar con los alumnos, de dar cátedra, sin que esto se interprete como presunción, sino en el sentido estricto de la palabra… fue sin duda un sentimiento agradable.
Nunca pude adaptarme del todo al modelo de conversación vía streaming, ni en lo académico, ni en lo personal, ni en los otros rubros de mi vida profesional. Los seres humanos somos sociables por naturaleza caray, y este regreso a clases, extraño, por momentos hasta sombrío, dejó sin embargo una serie de emociones y reflexiones sobre lo que este retorno a las aulas significa para los alumnos, los profesores y sobre todo para la educación en este país.
Por ello, este regreso a clases, más allá de calificarlo como negativo o positivo, creo que debe entenderse y leerse desde muchas aristas. El tema es complejo e involucra toda una serie de factores que tienen que ver, tristemente, con nuestras carencias sistemáticas, en este caso, en el sector educativo.
En primer lugar, para un país como México en el que tan solo 56.4% de los hogares, según datos del Inoma, cuentan con servicio de internet y solo el 44.3% con una computadora, la modalidad de clases en línea supuso, como ya fuimos testigos, un auténtico viacrucis para profesores, alumnos y padres de familia.
Ya sea porque no se contaba con el equipo necesario, porque se desconocía su funcionamiento debido a asuntos generacionales o porque simplemente no se cuenta con servicio de internet en casa.
A ello hay que agregar el profundo desajuste psicológico y emocional en la rutina de los niños y jóvenes en edad escolar, y de sus padres, que estaban a acostumbrados a un nivel de convivencia social que de repente paró en seco, y si a esto le sumamos la realidad conflictiva y violenta de muchos hogares mexicanos, lo que tenemos es una receta para el desastre.
Por otro lado, y no menos importante, está la realidad de nuestro deficiente sistema educativo, que con el confinamiento evidenció aún más su profundo desgaste; ya veníamos mal, y esta pausa obligatoria recrudeció muchos problemas de aprendizaje que están enquistados en un modelo educativo al que le urge una cirugía mayor.
Los datos que han mostrado diversos estudios sobre la realidad de niños y jóvenes en el confinamiento y su deseo de volver a clases por múltiples factores, así como problemas para aprender en casa y el enorme trauma generacional que eso va a significar, creo que son temas que deben debatirse más, en aras de paliar un poco los estragos que esta crisis está dejando en los más vulnerables.
Quiero ser muy claro con el hecho de que no me interesa hacer apologías ni diatribas sobre esta decisión gubernamental, que hay que decirlo, fue sumamente complicada, y estoy seguro de que no fue nada sencillo, en medio de una nueva ola de contagios, arrancar con toda la logística y planeación pertinentes, dada la particular circunstancia actual, de equipar escuelas de todo el país para cumplir con las medidas mínimas para un regreso a clases medianamente seguro.
Lo que me gustaría hacer aquí es invitar a una reflexión más profunda al respecto. Soy profesor, y desde luego fui alumno y considero que la educación es una de las mejores herramientas para el progreso de cualquier nación, pero también de los individuos. El paso del Covid-19 ha dejado profundas heridas y cicatrices que no sabemos bien a bien todavía, cuándo y cómo sanarán, una de ellas es la educación.
Debemos debatir más sobre las nuevas asimetrías que nos trajo la pandemia, de cómo están, y van a seguir impactando, en el desarrollo intelectual de esta y futuras generaciones. Regreso sí, o regreso no a clases me parece un falso dilema, la discusión debe estar en cómo vamos a superar los estragos de una crisis que ha dejado a muchos sin la oportunidad de desarrollarse académicamente; que ha truncado sueños y proyectos de vida.
Creo que el debate debe centrase ahí… Respirar una vez más el aroma de un aula, caminar por un campus y compartir conocimiento una vez, como lo hacíamos antes de la pandemia, reforzó en mí la idea de que la educación no debe ser un privilegio.