Los mexicanos tenemos la piel delgada. La confrontación se ha convertido en parte fundamental de la vida cotidiana en el país. No hay tema que escape a la nueva dinámica que polariza todos los temas todos los días. Lo difícil de este transitar de conflicto en conflicto es que estamos sembrando permanentemente problemas que se vuelven difíciles de administrar; en el México de hoy es difícil encontrar un poco de reflexión constructiva o de sano disentir; no hay aporte al debate público salvo las ganas automáticas de convertir los foros en un espectáculo de unos contra otros. No hay terceras vías y las verdades y mentiras absolutas son parte natural del paisaje.
Las narrativas incompletas de unos y otros poco a poco están haciendo su tarea, porque lejos de estar construyendo confianza, estamos abonando el terreno de la discordia colectiva sin que exista resguardo o alternativa; la piel delgada hace que afloren discursos apasionados carentes de entendimiento sensatez y por ende colapsan la posibilidad de enfrentar al futuro en unidad, porque cada vez más estamos abriendo peligrosas grietas que se vuelven abismos, y es allí donde todos perdemos.
Los últimos días son una ilustración perfecta: el gobierno intenta mostrar los avances de una obra como el aeropuerto Felipe Ángeles y la discusión se vuelve de repente absurda y trivial; llegan vacunas, empiezan a vacunar a los ciudadanos y se viene todo un vendaval de argumentos en los que aflora el estado de ánimo nacional según el cual todos los actos de gobierno son revanchas clasistas, las filas intolerables y la administración del proceso dudoso por ser proselitista, etcétera.
En un país que ha sido tan golpeado por el COVID y en donde las autoridades sanitarias definitivamente fallaron en la estrategia, la vacunación debería ser una oportunidad para enmendar la plana; estaría bueno ver si tenemos la oportunidad de organizarnos mejor colectivamente y ayudar a sanar a México. Lo mismo todos los días con todos los temas; en las redes sociales no hay descanso para la confrontación, México se ha convertido en un país de facciones y grupos donde no hay espacio para el diálogo; donde impera la sensación de que hay algo que no está funcionando y eso que no está funcionando lo estamos provocando nosotros mismos.
Los gobiernos pueden equivocarse y cometer errores, los gobernantes pueden tener traspiés y pueden gestionar bien o mal la tensión social; los medios pueden alentar la discusión estéril y poco fundada, pero lo importante es que los ciudadanos no se contaminen y den por sentada la agenda del conflicto. Al final, lo político se resuelve en las elecciones, pero hacer sanar el estado de ánimo nacional requiere de esfuerzos más grandes en donde no basta la retórica ni los buenos deseos.
Es buen momento para rectificar, para cambiar la narrativa y repensar cómo construir futuro. A México le urge una gran dosis de concordia y generosidad colectiva, nos urge volver a dialogar con el ánimo de celebrar acuerdos; tenemos que volver a fijar una agenda que nos separe de esa nueva tentación que se está volviendo signo de nuestros tiempos, en donde polarizar, dividir, confrontar y discutir es casi obligación. Tenemos en cada palabra, en cada discusión, en cada foro, la oportunidad de construir hablando, por lejano que parezca lo hemos hecho antes y debiéramos volverlo a hacer pronto.