El año de la peste se está acabando. Hace exactamente un año China notificaba del primer caso de coronavirus, cuya propagación ante nuestros ojos se dio en un parpadeo y cobrado la vida de 1.7 millones de personas en el orbe. 365 días después, luego del año del confinamiento, los cubrebocas y la sana distancia, aparece la vacuna, que desarrollada en tiempo récord significa un respiro, una luz al final del camino de un año caótico.
La ciencia, la gran protagonista de nuestro tiempo, ha demostrado que la cooperación internacional y las capacidades construidas institucionalmente pueden vencer barreras nacionales y burocráticas. El trabajo en conjunto de médicos, investigadores y expertos en la materia ha brindado un halo de esperanza a la humanidad con la promesa de que el confinamiento está por terminar y que pronto volveremos al ritmo de vida previo a la pandemia.
Por otro lado, la evidencia científica se enfrentó también a la cerrazón o apertura de los gobiernos, que enfrentaron el problema de acuerdo con sus capacidades económicas, prejuicios ideológicos o madurez institucional. Cada país decidió afrontar la crisis a su manera, destacó Suecia por sus casi nulas restricciones; Nueva Zelanda por su excepcional control; Japón y Corea del Sur mostraron el músculo cívico de sus ciudadanos; China, con casi 2 mil millones de habitantes, neutralizó al virus, mientras que la India, con ciudades densamente pobladas, encontró la forma de controlar la propagación de la enfermedad.
En América, a Trump le costó la presidencia los más de 300 mil muertes y el rechazo a la realidad de lo que estaba pasando. México y Brasil apostaron por la economía y la no saturación de los hospitales, mientras que en este crudo invierno, la gente lucha por encontrar camas en esta circunstancia que pareciera fuera de control. En otros países de la región la situación tampoco ha sido amable, como Ecuador o Argentina, el panorama se ha agravado ante lo que es un problema común en el continente: el precario sistema de salud y la pobreza.
Además, la vacuna se enfrenta a otro problema. La resistencia de un nutrido grupo de la sociedad que alimentado por teorías de la conspiración ven en la inmunización una suerte de atentado a sus libertades y una intentona del Estado y las farmacéuticas por “controlar” a la masa. Ideas absurdas que sin embargo gozan de mucha popularidad y difusión. A esto hay que agregar el creciente negacionismo del virus, que va acompañado del hartazgo social frente al encierro, la falta de trabajo y la crisis económica.
El 2021 será un año de muchos retos. La humanidad se enfrentará al proceso de vacunación más grande de la historia. Si todo sale bien, el 21 será el año en que recordaremos cómo nuestra especie hizo frente a uno de los peores virus de la historia y logró el antídoto en menos de un año. Recordaremos también el esfuerzo colectivo por impedir la propagación del virus y que en los próximos meses seguirá siendo vital, mientras se avanza en el proceso de inmunización.
Sin duda, las ansias por la llegada del nuevo año son generalizadas. El deseo por la recuperación económica, por el regreso a eso que denominamos “normalidad”; ir al cine, al museo, a ver un partido de fútbol, viajar; asistir a un concierto, abrazar a un familiar o a un amigo. El deseo porque esta pesadilla termine y no ver a más familias rotas, no presenciar más dolor. Regresar a ese ritmo de vida que hoy más que nunca vemos con nostalgia. Por todo esto, que venga el 21.